Postales desde Coachella en primavera de 2025 pero podrían ser las mismas imágenes de 1999, cuando se fundó este evento ubicado en un rincón desértico de la California que cultiva dátiles y mira con desdén la pompa y circunstancia de las megalópolis.
El caso es que Coachella es una cita para ricos y famosos que repiten el mismo selfie a capricho y ven algunos conciertos.
Como guía de estilo, ya decimos, no sirve para mucho porque impera el uniforme festivalero que lleva décadas sin modificación alguna.
Abril en Coachella y las risas y estilismo pseudoneohippies correspondientes, sol en el cielo y Trump deportando a migrantes en las carreteras circundantes. In God We Trust, como dice el dólar.
Pero esto es un paréntesis, una burbuja de amor y paz y refrescos cobrados a precio de oro, así que no hay nada de lo que preocuparse en Coachella. Y tampoco está mal. A veces la evasión tiene su sentido.
En cuanto a la música, aseguran en Variety que lo mejor fue el concierto del 11 de abril protagonizado por Lady Gaga, icono incombustible.
Amén.
También dicen en Variety que estuvo fabulosa Charlie XCX.
Pero, ya decimos, la diversión en Coachella está en los selfies y la exhibición en Instagram, Tik Tok o lo que se tercie.
Coachella es el modelo del que copian todos los festivales del mundo, incluidos aquellos en los que tocan Viva Suecia y Arde Bogotá, así que en cuanto llegue el verano asistiremos a escenas repetidas en secarrales murcianos o de Castilla-La Mancha, pongamos por caso.
Tampoco pasa nada.
Siempre y cuando el público atienda a la música que suena desde el escenario y no esté a otras cosas, como guardar sitio en primera fila para cuando actúe el grupo internacional y, mientras, molestar a (yo qué sé) las Ginebras u otra alguna otra banda molona de verdad.
Adiós, Coachella, y bievenida la temporada de festivales, que está al caer.