‘La escuela católica’: ni bien ni mal ni todo lo contrario

‘La escuela católica’: ni bien ni mal ni todo lo contrario

Puede utilizarse en este caso el consabido tópico que dicta siempre la superioridad literaria y que se resume en la frase “la novela era mejor”. Y, sí, no hay duda. La escuela católica es una inmensa novela (tanto por su valor literario como por su extensión -1.300 páginas-) y la adaptación cinematográfica disponible en Netflix se queda, a todas luces, muy corta.

Lo dice alguien (disculpen la arrogancia) que leyó con deleite la obra de Edoardo Albinati y como, además, yo estudié en colegio de frailes entre los 70 y los 80 me sentí absolutamente identificado con ese dibujo terrible de violencia, masculinidad tóxica y horror que hace el autor italiano.

Todos esos ingredientes están en la película pero de modo mucho más difuso. Y hay algo que no acabo de entender: el modo en que la adaptación firmada por Stefano Mordini elude toda referencia política. Lo político tiene mucho de importante en La escuela católica, y el crimen cometido por tres adolescentes de un barrio burgués de Roma (titulado por la prensa ‘masacre del Cacio’ y que consistió en la violación, tortura y asesinato de dos jóvenes proletarias a lo largo de varias jornadas) tuvo su connotación política. Aquellos cachorros de las familias bien romanas estaban vinculados al fascismo terrorista que en esos años actuaba con toda su crudeza.

Ese vínculo fascista está en la novela (igual que las referencias a la violencia de las Brigadas Rojas, que también seduce a algún compañero de clase del colegio de curas donde se desarrolla la trama) y, sin embargo, se obvia en el largometraje.


Pero es importante. Ese fascismo construye la personalidad de los jóvenes asesinos tanto como las oraciones y misas en el colegio, las clases de gimnasia o las convivencias contemplando sangrientos cuadros de la agonía de Cristo.

Entonces, ¿es La escuela católica una película pésima?

No exactamente.

Quizá, más bien, se trata de una película que provoca indiferencia.

Se disfrutan, eso sí, unas magníficas interpretaciones por parte de todo el elenco. Actores y actrices, veteranos o jóvenes, están magníficos. 

Y la fotografía es delicada, el ritmo tiene una cadencia poética, la voz en off funciona al recuperar grandes momentos de la prosa de Edoardo Albinati, todo fluye, realmente, pero no acaba de emocionar. Y, sobre todo, las piezas del puzzle que se nos presenta no encajan. El bárbaro crimen que presenciamos no tiene, en el relato cinematográfico, explicación alguna, es un mero arrebato caprichoso de dos estúpidos burguesitos. En la novela hay más, existe un intento de comprender y se hace un análisis pormenorizado de cómo ciertos valores, ciertas creencias, cierta educación masculina lleva a muchos hombres a deshumanizar a las mujeres. Aún más si, como sucedió, se trata de mujeres de clase baja.

Lean La escuela católica. Es un reto (tantísimas páginas, tanta digresión) pero para quienes logramos superarlo supuso una experiencia literaria inolvidable.

DANIEL SERRANO

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