Arde Francia (una vez más) porque un policía mató a Nahel, adolescente que conducía un ostentoso deportivo por las calles de una banlieue de Nanterre.
Son las banlieues francesas inmensas barriadas donde el ascensor social se averió hace mucho tiempo. Concentraciones de grandes colmenas que se edificaron como viviendas sociales y cuya arquitectura resume un fracaso social.
El cine francés ha explicado qué sucede en las banlieues, esa bomba de relojería que contiene el país hexagonal donde Macron se asoma al abismo y espera su momento una ultraderecha rampante.
Tres películas imprescindibles sobre la ira social en Francia (y en el mundo desarrollado).
El odio (1995)
Un título pionero. Primera exploración del territorio devastado de los barrios chungos de las ciudades francesas. 24 horas en el suburbio. Fotografía en blanco y negro bajo la dirección de Mathieu Kassovitz. Tres amigos (un judío, un árabe, un joven de raza negra) deambulan por un paisaje de ruinas, violencia a punto de estallar y límites salvajes. Ellos son Vinz (Vincent Cassel), Saïd (Saïd Taghmaoui) y Hubert (Hubert Kounde). El odio (La Haine) es una película icónica, de gran potencia y repleta de significado. Resume el espíritu hondamente pesimista del filme el chiste repetido que Vincent Cassel enuncia: “Un tipo está cayendo desde un rascacielos. Mientras cae, desde una ventana, alguien pregunta: ¿cómo va todo?. El tipo que cae responde: por ahora todo va bien”. Antes de reventar contra el suelo, cayendo desde altos edificios, los jóvenes de las banlieues prefieren pensar que todo va bien. En la cuenta atrás para que todo estalle, la sociedad biempensante prefiere pensar que todo va bien. El mantra se repite (tranquilizador): Jusqu’ici tout va bien. Hasta que todo conduce al desastre.
El odio se convirtió en seguida en película de culto y en los círculos de insurrectos izquierdistas de los 90 dio nombre a asociaciones, fanzines, webs. La Haine. Han pasado casi 30 años desde que se estrenó y su mensaje explosivo permanece incólume-
Los miserables (2019)
Una versión en los suburbios franceses de Training Day (sí, la del novato Ethan Hawke con el corrupto Denzel Washington). Un poli recién llegado tiene que lidiar con un agente curtido en la ley de la calle. Excederse les conduce a una situación realmente jodida y pronto descubren que esos niños a los que creen que pueden patear el culo alegremente pueden convertirse en soldados dispuestos a freirles con cócteles molotov. Su director, Ladj Ly, describe perfectamente el camino que conduce a los disturbios. El modo en que ciertas barriadas se han convertidos en lugares con sus propios y sus propias instituciones, ajenos a la autoridad. Las escenas de acción callejera resultan creíbles e impactantes. Una pieza maestra que no renuncia a cierta complejidad y, a la vez, evoca un poco al cine de Hollywood, ese mainstream con polis malos y agentes del orden honestos (pero abocados al fracaso).
Athenea (2022)
Otro peliculón. A Macron le hizo llorar (eso aseguró la prensa francesa). Romain Costa Gavras, además de ser hijo de un grande del cine (su papá es el autor de obras maestras con Z o La caja de música) y novio de Dua Lipa, tiene un inmenso talento cinematográfico. Lo demostró en Athenea, donde convierte un suburbio en campo de batalla y construye un relato que funciona como una montaña rusa. La violencia como espectáculo (sí) pero jamás cediendo a la total banalización. De nuevo, un intento de explicar la rabia de esa juventud que lucha contra la policía con pirotecnica, drones y motocicletas, La muerte de un joven en la banlieue prende la llama de una insurreción que se extiende por toda Francia y se convierte en algo muy parecido a una revolución. Tal vez, el futuro. Si no vienen antes los camisas pardas a frenar a los alborotadores. Lo cual es perfectamente posible.
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