El caso es que Monstruos: la historia de Erik y Lyle Menéndez podría estar bien si no fuera un producto rendido a los moldes algorítmicos de Netflix, si prescindiera de esa obsesiva tendencia a alargar el chicle para que pasemos más y más tiempo mirando la pantalla, embriagados de morosidad narrativa sin sentido alguno. Los capítulos se suceden en esta nueva creación de Ryan Murphy y, a veces, el tiempo está detenido y lo único que se nos ofrece es el parloteo monocorde (a ritmo muy lento) de alguno de los personajes principales.
Ryan Murphy, por favor. Un poco de respeto al público. Talento no puede faltarle a quien firmó series como Glee o Pose, pero recordemos también que Murphy tiene en su haber (o, más bien, en su debe) ese ejercicio de sadismo a cámara lenta que fue Dahmer, relato infumable en su gratuita crueldad.
La historia de los hermanos Menéndez asesinando a sus padres para inmediatamente lanzarse a la vida rutilante del lujo californiano resulta, evidentemente, fascinante. Sobre todo por las tinieblas profundas que emergieron tras su detención, con abusos, violencia, incesto y otros elementos brutales a la sombra de las palmeras de Beverly Hills. Y la serie arranca fabulosamente bien, con música de los 80 y un buen trabajo de foto y actores más que aceptables. Ojo, actores más que aceptables pero, en el caso de quienes encarnan a los hermanos Menéndez, no tan excepcionales como para aguantar una secuencia eterna contando los detalles de una tortura padecida a manos de un padre monstruoso.
Al patriarca Menéndez lo interpreta Javier Bardem y óomo será la cosa que ni siquiera Bardem está realmente bien. Porque da la impresión de que no existe verdadera dirección de actores y ello se hace mucho más visible cuando se exprime limón con objeto de que cada plano rodado forme parte de la serie y aumente el metraje, ya que necesitamos tener al personal mirando y mirando y mirando.
Hay algo distópico en el que modo en que se están haciendo muchas de las series actuales, una evidente rendición a los moldes de la industria de las plataformas, tratando de lanzar al público señuelos y, sobre todo, dilatando interminablemente la duración de los productos sin ninguna razón de peso. O con el único motivo de tenernos mirando las pantallas hasta que los ojos nos sangren.
Monstruos hubiera podido ser una gran serie. La avidez de Netflix por robarnos minutos de nuestra existencia la convierte en una experiencia irregular y tirando a soporífera. Opinamos aquí, no obstante, a contracorriente ya que el hype es el hype y abundan los titulares laudatorios en tan gran número que quizá (quién sabe) seamos nosotros los equivocados.
DANIEL SERRANO