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‘Las cintas de Rosa Peral’: cuando pecado y crimen se confunden

BARCELONA, SPAIN - FEBRUARY 03: The defendants Rosa Peral, 36 years old, an officer of the Guardia Urbana and girlfriend of the late Pedro and Albert Lopez, 39 years old, also an officer of the Guardia Urbana and Rosa's lover, sitting on the bench. The Prosecution requests 25 years in prison for Rosa Peral and 24 for Albert Lopez for the murder with malice aforethought of Barcelona's officer of the Guardia Urbana Pedro Rodriguez, on May 1, 2017. The trial will be extended until March 17 and the defendants will testify at their own request in the last session, against to the usual on Februay 03, 2020 in Barcelona, Spain. (Photo by David Zorrakino /Europa Press via Getty Images)

Hay una verdad judicial incontrovertible que establece en el crimen de la Guardia Urbana la coautoría del asesinato del agente Pedro Rodríguez. Lo mataron, según el veredicto de un jurado popular, entre Rosa Peral y Albert López. La historia generó un sinfín de crónicas periodísticas, una aproximación exitosa del periodista Carles Porta en el programa Crims de TV3 y, ahora en Netflix, una serie titulada El cuerpo en llamas y el documental Las cintas de Rosa Peral. Y es en esta última pieza de no ficción con el testimonio directo de la principal condenada donde hallamos algunos elementos que tendrían que hacernos reflexionar sobre el tipo de periodismo y el tipo de justicia que imperan en España.

En el documental se resume bien cuál fue la línea argumental favorita de la prensa de sucesos y, ya en el juicio, de la fiscalía. Consistió en exhibir la vida sexual de Rosa Peral con el mayor de los detalles para construir una imagen de mujer fatal devoradora de hombres.

Un clásico del relato noir que a los periodistas gustó mucho.

Alguno de esos reporteros entona el mea culpa en Las cintas de Rosa Peral. Carles Quílez. con enorme honestidad, admite que publicó un artículo en el que aseguraba que Rosa Peral había sido stripper. No era cierto. “Eran idioteces” clama Quílez contra sí mismo.

Otros colegas de la prensa, sin embargo, se mantienen en sus trece. Opinan que resultaba necesario hacer el retrato psicológico completo de Rosa Peral para que el jurado entendiese que era una asesina. Y en ese presunto retrato psicológico tendría relevancia la (también presunta) voracidad sexual de la acusada.

Pero, tal y como explica una abogada en el documental, en un juicio lo que hay que presentar son elementos probatorios y el número de relaciones sexuales de un acusado o acusada no posee esa condición. Aún así, casi a cada testigo que se sentaba a declarar (fuese hombre o mujer) se le preguntaba si había mantenido relaciones íntimas con Rosa Peral. Nadie mandó parar esa dinámica durante el juicio.

Lo más interesante de Las cintas de Rosa Peral es, quizás, el análisis de ese sesgo machista que logró incrustarse en el tratamiento mediático y judicial del crimen. Luego está, sin matices posibles, la reivindicación que Rosa Peral hace de su inocencia. Jura (como hizo durante el proceso) que actuó coaccionada. El jurado no lo vio así. Fue condenada a 25 años de cárcel. Y exhibida como una pecadora. Varias voces en el documental utilizan la palabra pecado. ¿Qué tiene que ver un pecado (en caso de que ciertos comportamientos sexuales sean considerados pecado por algunas personas) con un crimen tan horrible como un asesinato? El mensaje de la acusación fue: “Si pudo engañar a sus parejas, acostarse con otros, también pudo matar”. Pero el salto conceptual entre ambas acciones resulta gigantesco.

Interesante pieza documental en Netflix que contiene, en sus márgenes, un desasosegante retrato de cómo hacemos el periodismo de sucesos. Demasiadas crónicas se escriben al dictado de lo que a la policía o la acusación le conviene. Y pasa lo que pasa.

DANIEL SERRANO

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