Es Argentina 1985 una hermosa película. Cierta crítica rigorista ha tratado con condescendencia esta cinta cuyo aliento épico emociona tanto. Allá los críticos seniles con su escuadra y cartabón para medir las perfecciones formales o guionísticas de las ficciones cinematográficas. Argentina 1985, reiterémoslo, es una gran película. Con Ricardo Darín exhibiendo su talento inmenso. Y hay algo más. Este largometraje invita a pensar sobre si la modélica Transición que en España aún se jalea (aunque cada vez menos) no resultó un melancólico fracaso. ¿Y si todo hubiera podido ser de otra manera? ¿Y si hubiéramos juzgado a los criminales del franquismo como hicieron en Argentina?
Ya escucho a las voces moderadas que en España escriben la historia con letras gordas argumentar que no se podía, que era imposible, que había que sacrificar la justicia para recuperar la democracia, que pelillos a la mar, que la reconciliación resultaba lo prioritario.
Bien.
Admitamos como premisa que no hubo más remedio que dejar a torturadores y fascistas irredentos en sus despachos.
Pero, entonces, no vale presumir. La impunidad no es algo de lo que pueda alardearse.
En Argentina, un extraño país tan propenso a los laberintos y las derrotas, la democracia reinstaurada logró sentar en el banquillo a los responsables de los crímenes de la dictadura.
Strassera, el fiscal que interpreta Ricardo Darín, unió sus fuerzas a un jovencísimo cachorro de la alta sociedad llamado Luis Ocampo (su mamá iba a misa con Videla), y ambos hicieron el milagro de encausar y hacer que se condenase a los responsables de las atrocidades de la tiranía recién clausurada.
En Argentina 1978 se detalla cómo una parte importante de las autoridades y de la sociedad no creía en ese empeño. “¿Y si vuelven los milicos?” pregunta a Darín /Strassera un superior jerárquico partidario de la cautela y de que la petición de pena para Galtieri y compañía fuera leve.
Sin embargo, aquel proceso siguió adelante, fue un milagro esperanzador, luego un gobernante infame hizo una ley de punto final y después esa ley fue derogada y hasta hoy sigue juzgándose a los asesinos.
Argentina 1985 tiene el valor de ser un relato en positivo frente al pesimismo de los tiempos actuales, cuando el progresismo se halla aquejado de una tristeza tan intensa que le impide reconocer la posibilidad de vencer. Porque, a veces, se puede. Strassera y su equipo de jóvenes colaboradores lograron que se hiciera justicia.
Y la lección de Argentina 1985 avergüenza un poco a esta España que en 2022 está sacando a los criminales franquistas de los sepulcros donde quisieron rendirse homenaje, bajo palio, en catedrales y alcázares.
Aquí se hizo lo que se pudo, de acuerdo, pero faltó Strassera, faltó el humo de cigarrillo de Ricardo Darín, la dignidad que se retrata en una película que la gente disfruta y a algunos críticos (vaya usted a saber por qué) se les indigesta.
DANIEL SERRANO
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