Una piscina en Cannes resulta irresistible para un fotógrafo y más durante el festival de cine, cuando allá por 1990 promocionaba Sharon Stone la película Desafío total, en la que desarrollaba un leve pero destacado papel.
No era aún Sharon Stone la estrella que sería tras Instinto básico (1992) sino aspirante a la gloria de Hollywood pero ya se detectaban en su filmografía signos evidentes de un brillo deslumbrante. La habíamos visto en Las minas del rey Salomón (1986) junto a un Richard Chamberlain que emulaba a Indiana Jones con presupuesto de serie B y en aquella aventura nos enamoró.
En 1989 rodó Sangre y arena en España, una folclórica rareza dirigida por Javier Elorrieta, quien desde entonces no ha parado de contar que la bautizaron como ‘Charito Piedras’ y que por aquel entonces exhibió unas formas de diva que no se ajustaban a la posición real que la actriz ocupaba por entonces en Hollywood. El caso es que, asegura Javier Elorrieta, se llevaron bien y guarda un muy buen recuerdo de aquella artista que, de la noche a la mañana, se convirtió en uno de los astros más potentes de la industria del cine.
Sería muy poco después de este instante al borde de una piscina en Cannes.
Desafío total fue dirigida por Paul Verhoeven, un tipo a quien impactó el talento y carisma de Sharon Stone hasta el punto de darle el gran papel de Instinto básico, una de sus obras maestras.
El único problema es que a Sharon Stone trataron de encasillarla como nueva femme fatale por antonomasia y acabó haciendo bodrios tan infames como Acosada pero luego se rehizo y ahí quedan sus estupendos trabajos en Rápida y mortal, Casino, Gloria o Bobby.
Olvidemos que también rodó Instinto básico 2 (olvidado está porque nadie recuerda tamaño dislate cinematográfico, a la altura de secuelas como Psicosis 2).
Sharon Stone estaba en su piscina de Cannes todavía soñando con el verdadero estrellato pero en la firmeza de su mirada puede leerse hasta qué punto sabía que la cumbre estaba muy cerca.
Luego resulta que la cumbre no es tan acogedora como soñamos y queremos volver al minuto anterior al éxito, a remojar los pies en la piscina de aquel hotel, en mayo de 1990, con los periodistas peleándose por entrevistar a Arnold Schwarzenegger, el verdadero y único protagonista de aquella pieza futurista inspirada en un relato de Philip K. Dick.
Sharon Stone exhibía en su pose la certeza de que todo estaba decidido y, sin embargo, siempre irrumpe ese momento de duda, esa hipótesis del fracaso que aterroriza en las largas noches esperando la llamada que anuncia el proyecto definitivo.
Era 1990 y Nelson Mandela salió de la cárcel en Sudáfrica para convertirse en presidente de su país. Lech Walesa también llegaba al poder en Polonia tras años de persecución. La Unión Soviética colapsaba. El mundo cambiaba. Comenzaba una década feliz en la que pensamos, ingenuamente, que todo iba a ir bien para siempre. Tal y como veíamos en Friends, con jóvenes blancos y heterosexuales viviendo en un bonito apartamento de Manhattan. Ese creíamos que sería nuestro futuro. Pero no.
En fin.
Celebremos la nostalgia de recuperar a esa Sharon Stone de 1990, a punto de convertirse en supernova.
DANIEL SERRANO
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