Un título perfecto, poético y preciso. Próximo a esa frase literaria que afirma: “La felicidad es un verbo que se conjuga siempre en pasado”. También los mejores veranos, los más bellos, son luz de otros días. En El bello verano se relata el tránsito a la edad adulta de una joven turinesa. “Por aquel entonces siempre era fiesta”. Así empieza la novela.
Juventud y verano son dos estaciones que confluyen.
Cesare Pavese escribió esta obra en 1949. Un año después El bello verano recibía un importante premio pero la noticia no alivió la angustia de Pavese, quien se suicidó en una habitación de hotel. Entre sus últimas líneas: “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.
Y, sin embargo, El bello verano contiene momentos luminosos, hermosísimos. No se trata un libro exactamente pesimista. Es la vida. El modo en que crecemos, la manera en que descubrimos las imperfecciones de la existencia. Ni siquiera el pleno sol en una playa dorada puede extinguir esas sombras que nos acompañan a lo largo de este viaje que es la existencia.
Leer El bello verano es disfrutar doblemente del tiempo estival. Cesare Pavese captura ese instante mágico que hace de frontera entre la niñez y la primera juventud. Ginia, la protagonista, sale a bailar, respira el aire caliente de la noche, conoce el amor y sus fracasos. Y sólo es el principio. Pero cuando se tiene esa edad (dieciséis años) todo es excesivo, absolutamente importante, definitivo. Luego vemos que no. Aprendemos a relativizar y, a cambio, los veranos se hacen un poco más aburridos.
Un fugacísimo grupo indie de los 90 llamado Family compuso una canción titulada El bello verano y no hay nada de Pavese en sus versos pero tal vez sí existe un ligero nexo, una poesía común, ese territorio de brisa que es lo estival cuando se alivia el fuego de los mediodías.
“Volver al verano en que fuimos novios y poderle cambiar el final” cantan Family.
El bello verano es siempre uno anterior al que emprendemos y siempre el que emprendemos queremos que sea el más hermoso verano de nuestras vidas.
“Vendrá la muerte / y tendrá tus ojos” dicta la poesía desesperada de Cesare Pavese dedicada a uno de sus muchos amores imposibles. En El bello verano también hay amores imposibles o, más bien, la imposibilidad del amor perfecto, aunque precisamente lo más sublime del ser humano se halla en su imperfección.
La posibilidad de tumbarse en el césped que rodea a una piscina y leer esta obra maestra de Pavese es algo absolutamente magnífico. Una de esas cosas por la que merece la pena vivir. Algo que Pavese hubiera debido tener en cuenta. Pero los literatos suicidas son así, irreductibles.
Pavese, aquel hombre con gafas redondas asmático, comunista y sentimental. Demasiado sentimental. Sus diarios (bajo el título El oficio de vivir) siguen apasionando a los apasionados de la literatura altamente combustible.
El bello verano contiene el resumen de todos los veranos de todas las juventudes. Y una protagonista, Ginia, con quien compartimos esa zozobra adolescente que nunca cesa. ¿Te acuerdas? Tú y yo también éramos así.
DANIEL SERRANO
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