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Para leer en la piscina / Piscinosofía

Todo el mundo sonríe en el bordillo de una piscina” escribe Anabel Vázquez en este fabuloso tratado sobre albercas, piletas y acogedoras aguas estancadas. En la imagen superior no sonríen Alain Delon y Romy Schneider pese a estar al borde de una piscina pero es porque se hallan a punto de desbocar su pasión así que no lo tendremos en cuenta.

Piscinosofía es un delicioso ensayo que toma, a veces, la forma de un viaje a las alturas de un rascacielos de Sáenz de Oiza (esa piscina de Torres Blancas, tan inquietante) o a las profundidades con niebla de las piscinas de Alvaro Siza en Leça da Palmeira.

También está, claro, el nadador de John Cheever (con el rostro de Burt Lancaster) y la grandísima Esther Williams y los ojos abiertos bajo el agua de un Hollywood espectral que habita en la mansión de Norma Desmond.

Anabel Vázquez ha dibujado un mapa de las piscinas que existen, pero también de las soñada y que aquellas que desaparecieron. El ser humano goza al sumergirse en el agua. ¿De dónde nos viene esta costumbre casi mágica? Quizá del recuerdo del líquido amniótico que nos acogió o de cuando fuimos peces alados, antes de aventurarnos a esta aventura en tierra firme caminando sobre dos extremidades.

Se habla aquí, en Piscinosofía, de la Playa de Madrid y de la piscina Stella, ruina acuática sumida en el olvido hasta que la piqueta de un honrado constructor decida levantar pisos allá donde yace,  Se mencionan piscinas de Italia, Francia y de lugares aún más lejanos. Incluso se alude a ese clásico contemporáneo del análisis sociológico que es La España de las piscinas.

Porque todas las piscinas son bellas pero algunas idiotizan. En esa España de las piscinas de la que escribió Jorge Dioni se produce un efecto de ensimismamiento que lleva a votar a Ciudadanos e, incluso, a VOX. Imagínense.

Pero no nos metamos en política. Estamos aquí para celebrar Piscinosofía, pluscuamperfecta lectura para leer en el bordillo de una piscina y con los pies en remojo, disfrutando de los efluvios del cloro o de la más moderna salinidad que caracteriza las nuevas piletas.

Quizá lo más bello (y cierto) de este libro de Anabel Vázquez es la vinculación que establece la autora entre piscinas y felicidad instantánea. Cita, claro, la célebre frase de Karen Blixen (“la cura para todo es el agua salada: el sudor, las lágrimas o el agua del mar”) pero acierta al señalar que es el agua de la piscina lo que de verdad nos cura. Porque, quizás, nos devuelve a la infancia. Lanzarnos al agua es regresar a un juego infantil. A esa ligereza de la niñez, cuando sólo importa lo inmediato. Dentro del agua, y mucho más cuando buceamos, lo inmediato representa el único horizonte.

Resumiendo: elegir Piscinosofía entre la montonera de volúmenes de novedades de su librería de guardia resulta una muy buena idea. Las vacaciones son para remojarnos pero también, caramba, para aprovechar los ratitos perdidos en algunas lecturas que merezcan la pena. Este es el caso.

DANIEL SERRANO

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