Es 23 de julio de 2006 y el diario El País titula Zahara reclama sus noches para resumir lo que sucede en ese rincón gaditano que se ha convertido en destino de la farándula patria, de Imano Ariasl y Pastora Vega (entonces pareja) a Pablo Carbonell pasando por Aitana Sánchez-Gijón y, por supuestísimo, Javier Krahe.
Y lo que sucede en Zahara de los Atunes es que las autoridades de Barbate, municipio al que pertenece esta vieja aldea de pescadores, han decidido que ya está bien de tanta bohemia y de tanto concierto hasta las tantas a pie de playa.
La Gata es el chiringuito por excelencia de Zahara de los Atunes, donde abreva el famoseo y se dan los mejores conciertos.
También están El Buitre y La Luna.
Pero el Excelentísimo Ayuntamiento de Barbate ha decidido que se acabó lo que se daba.
Y mandan a los guardias a vigilar que se cierren los chiringuitos pronto y a desmantelar escenarios y a ordenar el desorden de la noche en Zahara de los Atunes, que huele a porro que da gusto, caramba, como no podía ser de otro modo.
Entonces se manifiestan las fuerzas vivas del lugar, que en verano son esa farándula antes mencionada, y ahí (en la imagen de arriba) está Wyoming arengando a las masas.
A la manifestación en protesta por el acoso que se somete al ocio nocturno de Zahara acude también Pastora Vega. Hay testimonio gráfico.
El cineasta Fernando Trueba, otro veraneante ilustre, se suma a la revuelta.
El dueño de La Gata es Eloy Sánchez-Gijón, hermano de la célebre actriz, y primo de la actriz es Pablo Carbonell. Todo queda en familia.
El Partido Popular que gobierna en Barbate decide aquel verano de 2006 que la Ley de Costas ha de cumplirse estrictamente aunque sólo sea en los chiringuitos donde fumanporros esa farándula progre que luego se hace fotos con Zapatero.
Y así será como Zahara de los Atunes se convertirá en otra cosa y, frente a la estricta observancia de la Ley de Costas, se impondrá la alegría de llenar sus calles con mesas y sillas para que el veraneante coma mojama.
Javier Krahe, en sus últimos días de Zahara (donde murió), aseguraba, según cuenta Fernando de Haro del Río en la fabulosa biografía Ni feo ni católico ni sentimental, que pasear por el pueblo era como atravesar un inmenso comedor.
Pero no hay que exagerar: Zahara de los Atunes sigue siendo un lugar magnífico para pasar los veranos (y las primaveras e, incluso, los inviernos) y su mar todavía tiene la música de los enclaves mágicos, preservados de la vulgaridad del ser humano. Incluso aunque tantos seres humanos acudamos a remojarnos en sus aguas.
DANIEL SERRANO
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