Ahí tienen al bueno de Leonidas Breznev disfrutando de sus días de asueto estivales en la década de los 70 del extinto siglo XX, a pecho descubierto, luciendo sus frondosas cejas leninistas que fueron icono de una época. Breznev dirigió con mano de hierro la Unión Soviética entre 1964 y 1982. Quizá les suene el personaje por el famoso grafiti berlinés en el que aparece besando apasionadamente en la boca a Erich Honecker.
Pero no estamos aquí para contarles la historia de la Unión Soviética sino que toca recordar cuando la URSS era un destino turístico de primer orden y la gente se iba a ver Moscú y Leningrado, trayéndose de vuelta caviar y botellas de vodka y quizá (¡ay!) algún pantalón vaquero de menos porque allí la gente se rifaba los jeans capitalistas aunque fueran de Lois.
Eran los 70 y los 80, se volaba con Aeroflot y en cuanto te salías del centro histórico podías perderte por barriadas estalinistas que eran igualitas a Las Tablas, Montecarmelo y otros PAU’s de la España actual.
Quien visitaba la Unión Soviética iba obligatoriamente a ver la momia de Lenin, en la plaza Roja, eso por supuesto.
Y se fijaba el personal en si aquello del comunismo era tan horripilante y qué diferencias había con el capitalismo celtibérico de donde procedía el viajante.
Conclusión: básicamente, la gran diferencia es que allí había muchas menos cosas que comprar en los supermercados y tenían que conformarse sin cheetos sabor barbacoa.
A cambio, la gente parecía simpática, no se veían mendigos y todo estaba bastante limpio. Claro que estamos hablando de ese escaparate que es la Perspectiva Nevski que cantara luego Franco Battiato.
A la Unión Soviética se viajaba, muchas veces, por militancia y con ganas de atisbar el futuro próspero de la humanidad bajo el prisma marxista-leninista. Pero resulta que el comunista de vacaciones en la patria del proletariado solía olerse que era mucho mejor disfrutar de Marx y Engels al aroma de los chorizos fritos de las fiestas del PCE, tan divertidas cada septiembre. Y qué decir (volviendo a las fiestas del PCE) del Rincón Cubano y sus mojitos.
Aquella Unión Soviética de lejanísimos veranos, cuando la guerra era sólo fría, antes de Gorbachov. Incluso antes de que Gorbachov fuese Gorbachev. La perestroika derivó en descomposición de la URSS, irrupción de las mafias, niños mendigos que salían de las alcantarillas y eran exhibidos en Informe semanal y una realidad mucho menos amable para el turista.
El caso es que Rusia dejó de ser destino turístico.
Y luego llegó Putin y el conflicto de Ucrania.
Y, repentinamente, una absurda nostalgia de Breznev y del Politburó nos sacude el alma. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? No. Pero, a veces, lo parece.
Suene para acabar este artículo el Casatschok de Georgie Dann, venido (copio de un artículo de La Razón) de las mismísimas estepas rusas.
DANIEL SERRANO
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