Compré Vagalume de Julio Llamazares animado por la demoledora crítica que Domingo Ródenas de Moya le dedicó a esta novela en El País. Me sucede a menudo. El desmedido elogio tan habitual del reseñismo sabatino (“otra gran pieza maestra de don Javier Cercas, etc, etc, etc”) difícilmente suscita mi interés. Además que ya se sabe que todo lo que escribe Javier Cercas ha de calificarse de magistral, fabuloso y en ello coinciden nuestro rey Felipe VI y la reina Letizia que (para eso) le han premiado con el Cavia. Cosa diferente es Julio Llamazares, firma habitual de El País hasta que a finales del verano de 2021 se despidió doliente en un artículo en el que confesaba no saber si su ausencia iba a ser temporal o definitiva. Resultó definitiva.
A lo que vamos. Voy, me compro Vagalume y descubro una novela que tiene su interés. Tierna, melancólica, y adecuada para quienes (como yo) gusten de esos relatos que hacen un camino de vuelta. En Vagalume se dibuja un regreso a la provincia, territorio poco frecuentado por los ficcionadores actuales, más proclives a Manhattan o París o “el Periodo de Entreguerras”. Desconociendo, en su ignorancia (dichos ficcionadores), que Zamora es más fascinante que Nueva York como escenario para una novela.
En fin, no nos dispersemos y atendamos a Julio Llamazares aunque no sea Javier Cercas ni falta que le haga.
La capital de provincias sin nombre de Vagalume es lugar de retorno para un escritor de éxito que aquí fue joven y aprendió en el periódico local con un maestro gacetillero a cuyo entierro acude.
Hay sorpresa ya que (ale hop) aparecen escritos del fallecido cuando dicho fallecido siempre dijo haber abandonado el vicio de la escritura. El novelista de éxito, maduro y desengañado, se queda en la ciudad de provincias y lee la obra inédita de quien fuera su mentor en el periódico. Alterna con un antiguo compañero de redacción. Toman copas y pasean por esas calles de las provincias que siempre están vacías, a la luz amarilla de las farolas. Todo va más despacio y parece que viajáramos al pasado. Aunque, de pronto, irrumpe un grupo de jóvenes estudiantes en un bar y resulta que la vida sigue, allí y en todos sitios.
O sea, que Vagalume no está mal, no está tan mal como dicen en El País, qué caramba, se deja leer placenteramente.
Si uno coloca la lupa, verdad es que puede hallar ciertos borrones estilísticos que sorprenden en alguien como Julio Llamazares. También, si uno hubiera escrito esta novela, hubiera ido en otras direcciones. Pero la ha escrito Julio Llamazares.
No, de verdad, lean Vagalume, es como pasar un día entre semana escuchando el silencio sin turistas, ya por la noche, de Salamanca o León o Valladolid, ese eco de pisadas solitarias en las callejuelas. Esa provincia que, seguramente, sólo existe en nuestra imaginación y que tanto amamos.
DANIEL SERRANO
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