Ya nos hemos visto Los años nuevos y nos parece, exactamente, tan buena como dicen (aunque también entendemos que haya a quien no le convence. O entras o no entras, ya está bien de imponer unanimidades en esto de las series -ese molesto ¿cómo no te ha podido gustar? se lo ahorra usted-).
Pero a lo que vamos.
Las interpretaciones son extraordinarias (prodigiosa ella, Iria del Río; tierno él, Francesco Carril) y contiene emoción y el paso del tiempo era eso, la mañana del 1 de enero mirando el frío por la ventana, sin haber salido la noche antes, con lo que fuimos, ¿te acuerdas?
Mención aparte merece Benjamín Prado, ataviado con el disfraz de sí mismo, sonriente en una cocina donde escribe poemas a Boli Bic.
Sin embargo, ¿cuál es el año de Los años nuevos que preferimos?
Pues, seguramente (y obviando el muy emotivo capítulo final, claro), nos gusta especialmente la sexta entrega de esta ficción, cuando Francesco / Óscar se ve embarcado en un imprevisto viaje de año nuevo junto a un jovencísimo desconocido que le descubrirá cuán efímera es la feroz juventud y que la felicidad, a veces, son momentos sorprendentemente luminosos que no entraban en nuestros planes.
Ese joven inesperado está interpretado por Martín Páez, genial en su derroche de naturalidad, exudando una ternura que alcanza de lleno en nuestros corazoncitos congelados por la noche del 31.
Sara Cano, Paula Fabra y Rodrigo Sorogoyen han hecho un magnífico trabajo creando Los años nuevos. Y reconforta escuchar aquí y allá a la gente hablando (debatiendo, confrontando, discrepando) en torno a una ficción española que supera con mucho a la mayoría de lo que se estrena en streaming para que lo deglutamos a la hora de la siesta y nos olvidemos de ello inmediatamente.
Tiene Los años nuevos un clima especial.
Y canciones bonitas.
Empezando por la de Nacho Vegas (“suena igual que una deflaaaagración”).
Súmense a la dicha esos instantes estremecedores donde nos recordamos en la misma tesitura que los protagonistas, moviéndonos muy lentos en esa desorientación constante que es la existencia salvo que uno sea notario, pongamos por caso.
Y celebramos (tanto) el chiste de “¡sierra… la boca!”, que no podemos resistir la tentación de ensayarlo con alguien provocando, por supuesto, la perplejidad del contrario salvo que haya visto la serie y hallemos una complicidad gozosa.
Bien.
Muy bien Los años nuevos.
Pero si a usted no le ha gustado tampoco pasa nada.
Para eso están las series (las películas, las novelas), para que podamos opinar distinto, lo demás es propaganda.
DANIEL SERRANO