Días felices de la Transición en Moratalaz

Días felices de la Transición en Moratalaz

En el primer esplendor de Podemos, cuando irrumpió como huracán regenerador en el páramo político que dominaban PP y PSOE, fui de los que pensó que avistábamos el advenimiento de una Segunda Transición, la felicidad de un reemplazo generacional en el poder que supondría un nuevo ciclo de profundos cambios para España. Me equivoqué (nos equivocamos) y a la guerra sucia, los errores propios y otros tantos elementos habría que sumar una razón fundamental del fracaso de nuestras expectativas: la felicidad de la Transición no puede repetirse. Para entenderlo, conviene leer Nunca voló tan alto tu televisor, hermoso recordatorio de unos días plenos en los que este país logró vencer a sus peores monstruos. A costa de rendiciones, por supuesto, pero ¿qué es la vida sino aceptar algunas rendiciones? Aunque siempre está bien que haya héroes y heroínas irreductibles y así no se extinga la llama.

Silvia Nanclares ha hecho un dibujo perfecto de lo que fue para la gente común aquella Santa Transición que Paco Umbral escribiese folio a folio con su pan debajo del brazo y su bufanda al viento. En este híbrido de novela, ensayo, trabajo periodístico y autoficción se nos presentan los grandes años que cambiaron España retratados a ras de suelo, desde el barrio de Moratalaz, viendo como se construía el Pirulí, que es uno de los emblemas absurdos de Madrid.

Y entendemos por qué aquellos fueron días gozosos y por qué jamás ningún cambio podrá equipararse al que se produjo tras la muerte de Franco.

En Nunca voló tan alto tu televisor se ve claramente como veníamos de la nada (de la pobreza, el descampado y el barro) y en muy poco tiempo estábamos en el Mercado Común, nos podíamos comprar dos coches por familia y Tierno Galván ponía patos en el Manzanares. De la cochambre al esplendor, con los nietos de quienes emigraron de los desiertos interiores yendo en metro a la universidad. Eso es irrepetible, claro. Para bien y para mal. Resultaba fácil llegar a un destino que, salvo para la facción más salvaje del fascismo (que existía y ejercitaba su violencia con furia), era el que anhelaba una amplísima mayoría de la población. Ser un país normal, como Francia o Alemania. Con eso bastaba.

Silvia Nanclares posee un don fabuloso para el detalle evocador, desde el humo de los cigarrillos BN (que porta un personaje en el bolsillo de su camisa de manga corta) hasta el capítulo dedicado al especial de Nochevieja ¡Viva 86! en el que Concha Velasco ejerce sus dotes de vedette cantándole al mismísmo Fernando Morán con el ballet de Giorgio Aresu alrededor.

España se encaminaba a la modernidad pospuesta desde que Franco había ganado la guerra en el 39 y, mientras tanto, en el extrarradio se peleaba por lo básico: colegios, centros de salud, polideportivos.  La lucha vecinal convirtió barrios como el de Moratalaz, donde las constructoras erigían bloques sin alma y los abandonaban a su suerte, en verdaderos hogares con identidad propia.

Tiene Nunca voló tan alto tu televisor una difusa protagonista (aunque, en realidad, el relato es coral) que representa a un tipo de mujer muy común de la época que retrata: un “ama de casa” que primero se involucra en la lucha política y vecinal para luego enfocar su desarrollo personal en lo privado, en la búsqueda de la prosperidad personal y familiar, en el sueño de una casa mejor, vacaciones, tal vez una segunda residencia en la playa. La historia de nuestro país, donde la revolución fue aplazada hasta nuevo aviso.

Pero vayamos a los valores literarios de Nunca voló tan alto tu televisor, más allá de su altísimo valor testimonial y de análisis sociológico. Silvia Nanclares escribe fabulosamente, con una prosa ágil y una capacidad descriptiva que nos conduce al pasado reciente de un modo ágil, y hay ternura y cierta nostalgia en este texto, y una mirada hacia lo que fue la infancia de una generación (en la que me incluyo) que, efectivamente, recuerda un Madrid con jeringuillas en los parques y atracos a farmacias pero también, por supuesto, el entierro de Tierno y el concierto con Barricada y otros grupos de rock duro que dieron el último adiós al Viejo Profesor y Lou Grant y Jesús Hermida en la televisión y hasta la canción de Víctor Manuel que se refiere al Pirulí y uno de cuyos versos da título a este libro.

Lean Nunca voló tan alto tu televisor y reflexionemos sobre si, quizás, hay que repensar nuestro propio pasado recientísimo y admitir que sí se pudo más de lo que la desmoralización general nos impone como marco conceptual. O sea, celebrar las pequeñas victorias que logramos sin cejar en el empeño de aquella revolución que soñábamos cuando el mundo era ligeramente menos distópico.

O mejor aún, sin tanto embrollo, lean Nunca voló tan alto tu televisor y disfruten porque es un artefacto literario espléndido y absolutamente recomendable.

DANIEL SERRANO

Imágenes: Getty, Wikipedia (Por LBM1948 – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=91446723 /Por LBM1948 – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=91626006)

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