En recuerdo de ‘Sálvame’: sus mejores peores momentos

La tentación de la nostalgia es poderosa y mucho más en las despedidas. Este viernes 23 se junio se llevó a cabo la última emisión de Sálvame. Contra toda lógica televisiva ya que es un programa cuya cifra de audiencia resiste magníficamente si lo comparamos con la generalizada caída en otras franjas de Telecinco. De hecho, ahí donde Sálvame ha ido siendo suprimido el número de espectadores ha descendido bruscamente. Pero Mediaset sabrá. Ese no es el asunto que nos ocupa. Decíamos lo de la tentación de la nostalgia porque la sospecha de que Sálvame ha sido elIminado por criterios políticos (ya saben, por ser un programa -como clamó Jorge Javier Vázquez- “de rojos y maricones”) ha convertido en mito progresista un espacio que, ejem, fue fabuloso e infecto según el día. Nadie es perfecto y Sálvame fue un cúmulo de imperfecciones y en su griterío, a veces, brillaba la diversión más pura y en otras ocasiones (sí) le correspondía el título de telebasura con toda legitimidad.

Pero, como espectadores, confesémoslo, resultamos en seguida hipnotizados por este circense espectáculo televisivo, con algo de felliniano y algo de corrala, brutal y (algunas veces) tierno. Sí, como La parada de los monstruos de Tod Browning pero en tecnicolor berlusconiano.

Entre los momentos más abyectos (que fueron muchos) quizá haya que recordar el trato vejatorio y muy poco feminista que se le dio a Olvido Hormigos, concejala de Los Yébenes que alcanzó la celebridad por un vídeo íntimo que fue desvelado y difundido masivamente. A Olvido Hormigos la trató Jorge Javier Vázquez con una infame violencia en el plató de Sálvame y luego (o antes, no nos acordamos bien) Belén Esteban la sometió a un bullying de manual durante un reality.

Eso estuvo feo.

Como tantas cosas.

Luego está el día en que Pedro Sánchez llamó en directo a Sálvame, recién encaramado al liderazgo en el PSOE y deseoso de explicar a Jorge Javier que los socialistas iban a propiciar el fin del Toro de la Vega, ese que alanceaban en Tordesillas.

Aquello supuso un antes y un después. En realidad, Sálvame siempre fue un espacio pionero. En lo formal con esa expansión de su territorio más allá del plató (hasta en los baños de Mediaset han entrado las cámaras de Sálvame siguiendo a sus personajes). O sea, algo así ya se había visto en programas como Crónicas marcianas pero no practicado hasta el extremo de Sálvame. Igual que ese uso de la tramoya como material narrativo, con los regidores como personajes, el director interactuando con sus muñecos en plató, la conversión de Carlota Corredera en estrella proveniente del “otro lado” del programa.

Todo valía para que la maquinaria de Sálvame siguiera produciendo entretenimiento durante horas y horas.

Por ejemplo, los disfraces ridículos que se les colocaban a sus contertulios a la mínima ocasión. Y el contertulio, disfrazado de colegiala con coletas, exhibiendo el pelo de las piernas, lloraba emocionado recordando, por ejemplo, cuando se murió su mamá. Lo trágico mezclado con lo bufo. Constantemente. Qué les vamos a contar lo que fue el duelo por Mila Ximénez. Faltó velarla en el plató.

Han sido 14 años de Sálvame en Telecinco verdaderamente intensos.

Como cuando Belén Esteban y Paz Padilla se enfrentaron a cuenta de las vacunas contra la Covid.

Tantísimos recuerdos.

El episodio en que Pipi Estrada le dio de hostias a Jimmy Giménez Arnau.

Las noches con Massiel hablando y hablando hasta la extenuación.

La vena de María Patiño a punto de estallar en su cuello.

El amor por entregas de la actriz porno y el paparazzi.

De todo ha habido en Sálvame.

Ya forma parte de nuestra memoria sentimental y cierto es que, en medio de la negrura de la pandemia, el grito de Jorge Javier (“¡rojos y maricones!) supuso un alivio frente a los milenaristas, reaccionarios y atizadores de cacerolas que asustaban a los niños por las tardes.

Descanse en paz.

DANIEL SERRANO