No marcó diferencia alguna que la mayor estrella global del pop, Taylor Swift, apoyara a Kamala Harris. Tampoco la participación de Beyoncé en un mitin de Texas ni la veteranía progresista de Bruce Springsteen puesta al servicio de la candidata demócrata. Ni, por supuesto, el previsible coro de las estrellas de Hollywood, tan unánimemente izquierdistas. Donald Trump, con Hulk Hogan y Kid Rock como famélica legión de celebridades, arrasó en las elecciones y demostró que la influencia de los astros supuestamente influyentes resulta más que relativa.
Taylor Swift perdió.
Incluso, quizá, movilizase voto trumpista.
Porque en el apoyo a Trump hay una impugnación profunda del sistema. Un alarido bronco contras las élites. Y para una gran masa de votantes de Trump, cuyo núcleo duro está compuesto por gente sin estudios universitarios que se parte el lomo de sol a sol para ganarse el jornal, Taylor Swift es pura élite: una millonaria progre que (¡encima!) tiende al discurso feminista.
Curiosamente, Trump (un obseso de la fama) temía el pronunciamiento de Taylor Swift.
Un miedo absurdo.
Las estrellas ya no son lo que eran. La zafiedad cuñada de Joe Rogan exhibida al mundo a través de su podcast o los delirios fanáticos de Tucker Carlson, periodista a quien Fox despidió por extremista y embustero, valen más en el actual ecosistema de la propaganda política.
Y Taylor Swift es una artista que vende entradas a 2.000 dólares así que, si perteneces al proletariado al que la inflación ahoga y tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes, poco puede importante lo que esa celebridad te aconseje en materia electoral.
El progresismo estadounidense ha de aprender (lo ha dicho Bernie Sanders) a reencontrarse con esa inmensa masa de votantes sin carrera universitaria y que pertenece a las llamadas clases populares. Taylor Swift es un talento descomunal de la música pop contemporánea. Eso está fuera de toda duda. También Beyoncé. Pero ya no sirven demasiado como activo político.
Y, sin embargo, aclaremos que resulta admirable que alguien como Taylor Swift exprese sus opiniones en estos tiempos violentos. Eso significa riesgo. No siempre sale gratis implicarse. Hay artistas que prefieren mantenerse en silencio y vender tickets. Hay multimillonarios cínicamente equidistantes como Jeff Bezos, quien se mantuvo callado durante la campaña y al día siguiente de la victoria de Trump lanzó un servil mensaje de felicitación (que dejaba del todo claro por qué impidió que The Washington Post, de su propiedad, pidiese el voto para Kamala Harris).
Hay gente que se pone de perfil durante la pelea y se coloca al lado del ganador cuando toca.
No es el caso de Taylor Swift.
Taylor Swift perdió.
Pero en esa derrota hay algo honorable.
No lo olvidemos.
DANIEL SERRANO