“Somos Gabinete Cailgari y somos fascistas” dijo Jaime Urrutia para presentarse en el escenario cuando el celebérrimo grupo debutó en el Rock Ola allá por 1981. Fernando Márquez El Zurdo fue líder de La Mode, insigne grupo de la Movida, y candidato de Falange Auténtica en las elecciones de 1986 aunque cierto es que posteriormente apoyó a Herri Batasuna, todo hay que decirlo. El bigote hitleriano de Glutamato Ye-ye era una broma pero quizá no tanto. Fabio McNamara acabó envuelto en la bandera preconstitucional con el fondo imperial del Valle de los Caídos, hablando de guerra santa y de defender a la Virgen. Y acerca de la canción de Los Nikis (“uooo uooo uooo…/ seremos de nuevo un imperio…”) podemos darle muchas vueltas pero es un obvio himno facha apenas disimulado con la inteligente ironía de aquellos Ramones de Algete que vivían en chalés y hacían punk de color pastel Lacoste.
O sea, que antecedentes fachas hay suficientes en la Movida como para entender perfectamente el trumpismo delirante de las invectivas de Miguel Bosé o la onda regre con barniz libertario del discurso que el dúo Alaska / Mario Vaquerizo vende en los establecimientos de Jiménez Losantos o Isabel Díaz Ayuso.
Ya lo explicó Víctor Lenore en Espectros de la Movida: por qué odiar los años 80. Aquella revolución musical y de costumbres surgida en la Transición, con mucha droga (“el que no esté colocao que se coloque y al loro” sentenció don Enrique Tierno Galván) y chupas de cuero y pelos pintados, fue una aventura de niñas y niños bien, que iban a Londres a comprar chapitas de los Jam y botas DocMartens.
Excepción hecha de un tipo como Pedro Almodóvar, a quien su vanguardismo y rabiosa modernidad jamás limitó una conciencia de clase (él, descendiente de campesinos del Calzada de Calatrava) que ha conservado hasta ahora.
También está Santiago Auserón, rara avis de querencias izquierdistas, letraherido de la Sorbona capaz de musicar poemas de Edgar Allan Poe y tocar la guitarra para Manuela Carmena cuando Madrid celebró que las cosas podían cambiar, cuando fuimos felices por unos minutos y luego vino Almeida a atufar las calles y joderlo todo.
Pero sí, camaradas, la Movida fue facha, no es que sus protagonistas se derechizaran con la edad.
Ya de la posMovida ni hablamos: Hombres G tenían en su primer disco una canción titulada Matar a Castro.
La realidad es que la gente de la Movida, en el principio de los principios, odiaba con toda su alma a los rojos con chaqueta de pana que habían iniciado la Transición. Era una aversión estética pero también, en parte, un odio de clase, herencia del abuelo requeté y marqués. Lo hippy les daba asco, ellos querían ser punks y Sid Vicious lucía esvásticas. Luego la Movida cumplió años y fue profusamente contratada por los ayuntamientos del Partido Popular, mientras que el PSOE se quedaba con Víctor y Ana, por ejemplo.
Y llegó el ahora y resulta que gente como Mario Vaquerizo añora los tiempos en que te podías reír de los tartamudos o hacer chistes de violadas. “Es que no se puede decir nada”. “Antes había más libertad”. Pablo Motos, cuando afirman eso sus invitados, asiente comprensivo.
Dicho todo esto, nadie pone en cuestión el talento musical de aquella hornadas irritantes que inventaron el pop en España.
El rock era otra cosa y sí tenía raíces proletarias (Ramoncín o Burning pueden dar fe).
Pero, vamos, que nada de sorprendente hay en el rollo facha que despliegan en sus intervenciones públicas las figuras de la Movida que actualmente siguen en pie (otras, ay, cayeron demasiado pronto: Tino Casal, Antonio Vega, Enrique Urquijo…). Jorge Javier Vázquez escribió hace no mucho un texto expresando su decepción por la presunta deriva reaccionaria de Alaska y Mario. No, Jorge Javier, ellos siempre fueron así. Lo que pasa es que ahora se expresan abiertamente, percibiendo un cambio de ciclo en el que lo reaccionario se convierte en marco cultural predominante. ¡A cubierto, camaradas!
DANIEL SERRANO
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