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Silvio Berlusconi como personaje de ficción

Un tipo como Berlusconi (admitámoslo) tiene la pasta de eso que los angloparlantes llaman larger than life, personajes cuya biografía es desbordante y supera los límites de la vida, como si su peripecia existencial fuera una ficción excesiva. El hombre que asaltó el poder en Italia desde la cúspide del fútbol y la televisión ha sido objeto de recreación en películas y series.

Con ustedes, el showman que cantaba en cruceros y ascendió a lo mas alto. He aquí Berlusconi.

Por encima de otros títulos menores, hay dos obras verdaderamente importantes que resumen quién fue Silvio Berlusconi.

La serie 1992 es un prodigioso fresco de la Italia que hizo posible el advenimiento del berlusconismo. Corrupción política, maniobras de la mafia, el ascenso de la Liga Norte, mujeres sometidas a chantaje sexual en el camino hacia la fama televisiva, el SIDA, un sistema podrido que permitió un inesperado giro político hacia un populismo de nuevo cuño. Todo está en esta ficción que disecciona la realidad italiana.

Un joven policía seropositivo de la Italia de los 90 se lanza a una batalla sin cuartel contra los corruptos, aliándose con el juez Antonio Di Pietro pero también por su cuenta y riesgo. A la vez, un directivo publicitario se mueve entre una élite empresarial que intuye el fin de un periodo político y necesita inventar un líder. Esos dos personajes fundamentales (policía y publicista) trazarán una serie de tramas y subtramas que dibujan una sociedad hondamente enferma. Y de esa enfermedad es Berlusconi un síntoma.

El cambio en Italia se hizo al eterno modo gatopardiano y todo cambió para que todo siguiera igual o, como dijo alguien, “antes mandaban quienes cobraban las comisiones de la corrupción, ahora gobiernan quienes pagaban esas comisiones”. La alta empresa decidió eliminar intermediarios y Berlusconi fue su hombre.

Aunque a él lo que más le gustaba era vender pisos. Su mayor momento de felicidad fueron esos inicios (después de los cruceros, claro) como promotor de Milano Due, urbanización con jardines y vistosas fuentes donde instaló su primer canal de televisión, una especie de cadena de entretenimiento para los vecinos de ese centro residencial que sería campo de pruebas de lo que después sería el fabuloso territorio Mediaset.

Así, vendiendo un piso inexistente tras marcar un teléfono al azar, le retrata Paolo Sorrentino en Silvio (y los otros). Una magnífica película absolutamente incomprendida. Con una eficacísima caricatura del inmenso Toni Servillo en el papel de Berlusconi. Puede ser este un buen momento para revisar esta obra.

Se trata de una cinta larga y con un extensísimo prólogo sobre un arribista que sueña con lograr los favores de Berlusconi. Tiene la morosidad propia de Sorrentino. A cambio, la estética del mundo berlusconiano queda plasmada con toda crudeza y brillo deslumbrante. Y Servillo es un Berlusconi que va más allá del mero dibujo cómico. Un inmenso monstruo del que, sin embargo, nos apiadamos en algún pasaje. La complejidad. ya se sabe.

Sorrentino (el autor de esa obra maestra titulada La gran belleza) logró captar el espíritu de lo berlusconiano.

Que, quizá, tiene que ver mucho con el espíritu de Italia.

No en vano, finalmente, una posfascista como Giorgia Meloni ha acabado ocupando la posición de poder que lograra Pier Silvio, aquel mandatario que en las cumbres contaba chistes.

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