La década de los 90 fueron los últimos años del rock. Estaba el grunge para melancolizarse entre clase y clase de la facultad pero también como buena excusa para dejarse melena larga. Y estaban Guns N’ Roses haciendo mainstream de estadio y sudorosa noche de cerveza. Unos rockeros salidos de la nada que convocaban masas de la más variopinta procedencia. Paletos de la América profunda y jóvenes universitarias aplaudían con el mismo ahínco a Axel Rose y Slash, estrellas indiscutibles de una banda que fabricó rotundos hits que hoy en día siguen emocionando.
Venían de Santa Mónica, en la soleada California, muy lejos de la lluviosa Seattle de Kurt Cobain y compañía. Tal vez por eso optaron por un rock luminoso, festivo y circense. Un rock que sólo tenía explicación dentro de un macroconcierto con miles de personas. Nirvana podía actuar en un pequeño sótano de Boston y resultaba igual (o mejor). Guns & Roses necesitaba del poder de la masa para que su música volara alto.
Y así lo hicieron.
Comenzaron en 1985 y apenas un par de años después llegaba Appetite por destruction y un éxito de dimensiones colosales gracias a tres grandísimas piezas: Paradise CIty, Sweet Child of Mine y Welcome to the jungle.
Eran jodidamente buenos y, además, construyeron un universo estético en torno al grupo fabulosamente adaptable a camisetas, posters y demás merchandising. Tenían algo de AC/DC y un ligero aire a Jimmy Hendrix, efluvios de marihuana muy años 60, recién desembarcada de un helicóptero procedente de Saigón.
Y, para colmo, hicieron una versión del Simpathy for the devil tan explosiva que (ejem) casi mejora el original de The Rolling Stones. ¿O no? Confesemos que cuando se escucha al final de Entrevista con el vampiro dan ganas de salir en busca del concierto de rock más cercano. Pero no hay. Ya no hay conciertos de rock. Todo es indie o trap u Operación Triunfo. Sniff.
Sea como fuere, los 90 fueron Guns N’ Roses a tope aunque en seguida pudo atisbarse la destrucción inminente del grupo, que alternaba un éxito arrollador con los desfases de Axel Rose sobre el escenario, como Jim Morrison aunque Axel no murió en París a los 27 y acabó engordando muchísimo.
En Sant Louis hizo esperar dos horas al público y no contento con el retraso quiso pegar a un espectador que hacía fotos y concluyó la actuación al grito de Fuck Saint Louis!
Lo de comenzar con retraso los conciertos era casi una norma y también, incluso, suspenderlos alegando problemas de voz. O problemas técnicos. Lo cual provocó, por ejemplo, disturbios de importancia cuando Guns N’ Roses visitaron Colombia. Llegar absolutamente cocidos y hacer un concierto penoso era otra de las especialidades de Guns N’ Roses. La leyenda del rock&roll, claro, pero la gente no se lo tomaba muy bien cuando había pagado una pasta gansa por una entrada al show.
Claro que esos tipos tenían canciones como November Rain y ello les disculpaba.
El vídeo era horterísima aunque, en fin, muy de aquellos maravillosos 90, cuando la MTV todavía era el lugar donde asomarse a ver videoclips.
Sin embargo, fue aproximándose el final. Inevitablemente. Slash (muy en plan Keith Richards) acabó hasta el moño de las tonterías de Axel Rose. El resto de los componentes originales de Guns N’ Roses también. En 1995 ya estaba Axel Rose solo en Guns N’ Roses y se hizo el silencio. Hasta que en 1998 entró en un estudio a grabar Chinese Democracy, disco que la gente esperaba ansiosamente y que defraudó bastante. Resulta que la energía del principio se había desvanecido. Poco duró el reinado de Guns N’ Roses.
Y, sin embargo, todavía pueden escucharse sus canciones y comprobarse lo excelentes rockeros que eran.
Los últimos rockeros.
De Axel Rose como impersonator en AC/DC mejor no hablar.
Quizá algún día regresen Guns N’ Roses con la magia del inicio.
Fue un amor fugaz, intenso y perecedero.
Como muchos de los mejores amores adolescentes.
DANIEL SERRANO
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