Hay una luz de crepúsculo trágico en casi todas las páginas de esta monumental novela. Los Ángeles, 1981. Últimos días de la adolescencia. Los destrozos de Brett Easton Ellis es un largo texto elegíaco que nos devuelve a ese tiempo en que nos alcanza la certeza de que los días de inocencia llegaron a su fin. El propio autor se erige en protagonista mediante un ejercicio de fingida autoficción que mezcla lo real y lo imaginario. Los límites que separan la pesadilla de lo verdadero se difuminan (una vez más) en la escritura de Brett Easton Ellis. Como sucedía en Menos que cero o American Psycho. El horror y la pérdida vuelven a serlo todo. Ellis es un pesimista irredento. Y, sin embargo, sabe mirar con dulce nostalgia aquellos instantes hermosos que siempre conservaremos en la memoria. Una tarde junto al agua, escuchando a Ultravox, fumando, cervezas y cocaína, la brisa en el jardín. Cuando éramos reyes y el futuro no existía aún y todo estaba por hacer.
Aquellos maravillosos y aterradores 80.
El joven Brett es un armarizado gay con novia y amistades cuya ferocidad heterosexual es, más bien, mera apariencia. El relato nos presenta a un puñado de adolescentes con automóviles descapotables sobre quienes se cierne un personaje turbio. El chico nuevo del instituto. Y, de repente, los asesinatos del Arrastrero, un asesino en serie que golpea de cerca a los personajes principales de esta trama. De qué extraordinaria manera nuestro presente gravita, muchas veces, sobre hechos esenciales de nuestro pasado lejano. Sobre eso escribe Brett Easton Ellis.
Resulta deliciosamente desasosegante el clima enfermizo de paranoia y sospecha que domina Los destrozos. Rememoramos con facilidad aquella época en la que escondíamos tras toneladas de insolencia juvenil un sinfín de miedos subterráneos. La primer juventud es la edad del fingimiento, siempre con temor que los demás sepan quiénes somos realmente. O tal vez era así en los 80 y ahora las cosas resulten diferentes. “Usted nunca ha sido una chica de 13 años, doctor” se dice en Las vírgenes suicidas. Una inmutable verdad. Al convertimos en adultos perdemos el código para descifrar la pubertad y sus múltiples misterios.
Hay cosas que afirma Brett Easton Ellis en las entrevistas (convertido en un conservador de afinidades casi trumpistas) y que incluye en la novela con las que no es fácil estar de acuerdo: “En 1981 todo el mundo controlaba su consumo de drogas y no se planteaban cosas como la rehabilitación (…) Tampoco existía la conducción en estado de embriaguez ni las sobredosis, no existían los intentos de suicidio ni, por supuesto, los tiroteos en los colegios”. Make America Great Again.
Quedémonos, mejor, con esa capacidad suya para emocionarnos describiéndonos a la perfección de qué manera, súbitamente, descubrimos que estamos penetrando en el territorio de lo adulto: “Y me quedé allí plantado con la última luz de la tarde, consciente de que con solo diecisiete años ya estaba contemplando mi pasado, de que el pasado tenía un significado que siempre te definirá”.
Los destrozos es una gran novela. Brett Easton Ellis captura el clima del momento mediante canciones, marcas, hitos de la cultura pop. Pat Benatar. ¿Te acuerdas? O Vienna. Aquel videoclip en blanco y negro. Los cuellos del polo levantados en una señal de extraña sofisticación. Ray Ban Wayfarer bajo la luz de los neones.
Brett Easton Ellis indaga en su pasado y se hiere y nos hiere. Porque, al final, resulta doloroso mirarnos tal como éramos. Felices, sí, en algunos momentos muy concretos. Pero también expuestos a todo el dolor del mundo-
Hay que reconocer que Ellis ha vuelto a conseguirlo.
Parecía agotado, repitiendo su fórmula una y otra vez, y de repente regresa y nos cautiva.
Aunque se haya transformado en un estrafalario (y heterodoxo) ultraconservador que mira a Trump con una enigmática sonrisa de complacencia.
DANIEL SERRANO
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