Lo último o penúltimo de Andrés Calamaro ha sido una tribuna en el diario conservador ABC titulada La Segunda Movida Madrileña, artículo que es a la vez declaración de amor a la Villa y Corte (literariamente espléndido, admitámoslo) pero también, oh, ah, indisimulada oda al ayusismo. Y luego la presidenta madrileña y Calamaro se fueron a los toros. La izquierda rabia, claro. Rabiamos los progres todes aunque, un momento, ¿fue alguna vez Calamaro de nuestra cuerda ideológica? Seguramente no aunque queda en el recuerdo una fabulosa actuación de Los Rodríguez en la Fiesta del PCE de 1996.
Entonces ¿qué?
A ver.
¿Qué hacemos con Andrés Calamaro?
Pues asumir su enormidad artística y fastidiarnos porque baile el chotis con Isabel Díaz Ayuso. Y explicarle que lo que nos fastidia a los rojos no son los bares sino que nos jodan la sanidad pública.
El rock es de derechas y a Mick Jagger se le notan las ganas de votar a Boris Johnson, a ver si le bajan (más todavía) los impuestos.
En lo musical, Andrés Calamaro sacó en 2021 un disco titulado Dios los cría que incluye colaboraciones de lo más diverso y desigual resultado. De lo excelso (Lila Downs en Estadio Azteca) a la inanidad (Alejandro Sanz en Flaca). Están Milton Nascimiento, Mon Laferte, Julieta Venegas y hasta Julio Iglesias. Merece la pena escucharlo, caramba, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe. Porque quisimos tanto a Andrés Calamaro, confesémoslo, que nos resulta imposible odiarlo del todo.
Quizá nos tengamos que desdecir en las próximas elecciones si acaba cantando para Santiago Abascal en la basílica de Covadonga, pero de momento le salvamos la cara, y que disfrute de su Medalla de Madrid, madrileñas todas.
Con Tangana hizo una buena dupla también, y reabrieron el Palermo, subterráneo paisaje nocturno que forma parte del mapa de los lugares que ya no existen.
Los animalistas querrían fusilar a Andrés Calamaro al amanecer, por su contumacia en acudir a los ruedos, pero él es un hombre de otra época, y qué se le puede decir a quien arrancó de la resaca nuestras más profundas lágrimas cantando “la moneda cayó por el lado de la soledad (otra vez)” cuando la patria eran las noches de tugurio y rosas.
Luego aprendimos a madrugar, acudimos a los parques con nuestra prole, ejercimos la madurez cada cual como pudo, igual que Andrés Calamaro fue un exiliado (cuenta la leyenda) en la localidad abulense de La Adrada, mientras le buscaban en los bajos fondos madrileños para ajustarle cuentas o prometerle amor eterno.
Andrés Calamaro son sus leyendas, por supuesto, todavía inscritas en alguna catacumba de Malasaña, en una cápsula de tiempo previa a la irrupción de Letizia Ortiz Rocasolano en La bicicleta, a tomarse algo con las amigas. Todo era más peligroso pero tampoco echamos de menos el peligro, la verdad, y nos quedan las canciones.
Paloma, por ejemplo.
O Mi enfermedad.
Le quisimos tanto.
Y va y se larga a los toros con Ayuso. ¿Tú te crees?
DANIEL SERRANO
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