Querida Monica Vitti, adorado Antonioni: volved

Querida Monica Vitti, adorado Antonioni: volved

Decía Gene Hackman en La noche se mueve (magnífico policiaco con una Melanie Griffith en plena adolescencia furiosa) que ver cine francés era como sentarse a contemplar el crecimiento del césped. Un afilada ironía contra la exasperante lentitud de ciertas películas de autor. Comenzaba así (y era 1975) la impugnación de una clase de cine que, muy pronto, sería repudiada por la industria, el público e, incluso, la crítica.

Pongamos por ejemplo a Michelangelo Antonioni, a quien la juventud contracultural de los 70 adoraba pero que, en seguida, fue señalado como tedioso por una facción reaccionaria de la crítica que propugnaba el escapismo antimarxista.

Ha muerto Monica Vitti. Tenía 90 años y durante el último decenio anduvo extraviada en la niebla del Alzheimer. Fue pareja de Antonioni y ambos crearon obras maestras del cine. Sobre todo, ese tríptico perfecto formado por La aventura, La noche y El eclipse. Lo llamaron la trilogía de la incomunicación.

El cine de Antonioni hablaba de una burguesía sumida en la confusión vital, y sus personajes vagaban por la ciudad, en escenarios vacíos, bajo la sombra de arquitecturas con algo de oníricas aunque fotografiadas en el blanco y negro que también transitó por el neorrealismo. Extrarradio, desolación urbana, pero también jardines nocturnos donde la fiesta esconde inquietudes perturbadoras en sus sombras frondosas.

Red Desert, poster, (aka IL DESERTO ROSSO), Monica Vitti, 1964. (Photo by LMPC via Getty Images)

Y, sobre todo, el silencio.

El cine de Antonioni era célebre por sus silencios.

Y por sus enigmas. A veces, el argumento derivaba hacia un misterio sin posible resolución.

Alguien desaparece y no hay explicación al respecto.

Monica Vitti fue un rostro fundamental en aquellas películas de Antonioni, igual que Marcelo Mastroiani o Jeanne Moreau.

Pero ¿quién se acuerda de Antonioni?

Todo es Netflix, true crime, biopics, velocidad, sólo (quizás) El poder del perro se atreve a colocar en pausa la agitación, aunque tampoco nos gusta tanto la película de Jane Campion, qué se le va a hacer.

Hay que regresar al cine de Antonioni, ver El desierto rojo, gozar de las capacidades alucinatorias de Zabriskie Point, viaje a la lisergia californiana.

Volver a aquel cine. A Monica Vitti bajo la luz del mediodía, con Antonioni al otro lado de la cámara. Al amor que ambos talentos se profesaron. Al silencio.

Al necesario silencio.

DANIEL SERRANO

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