He aquí una magnífica novela. Dejemos las cosas claras desde el principio. Un policiaco humorístico a la altura del Carvalho más desmelenado (El balneario, por ejemplo) o aquella dupla fabulosa compuesta por El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas de Eduardo Mendoza. Podemos añadir a las referencias, por fijar claramente el territorio por donde transita Un cadaver en mi ascensor, la serie de aventuras peripatéticas de Gálvez que escribiera Jorge Martínez Reverte. En esa corriente narrativa hispánica donde lo policial se da la mano con la picaresca o el mero cachondeo celtibérico se inscribe esta hilarante obra firmada por Pascual García Arano. Escritor y periodista, con perdón de ambas cosas. En la biografía que el libro incluye (con daguerrotipo fumando cigarrín) se aporta un detalle: el autor está (o estaba) desempleado en el momento de la publicación de este título. A ver si hay suerte, camarada.
Pero a lo que vamos.
Un cadáver en el ascensor es una novela divertidísima y, añadamos, muy (pero que muy) bien escrita. Captura la atención desde la primera línea y ya no podemos dejar de leer hasta el frenético desenlace. O sea, lo que una novela tiene que hacer cuando de entretener se trata.
Todo empieza cuando el protagonista (empleado de Hacienda, cincuentón, solitario) halla un fiambre en el ascensor de su casa. Le da por investigar el asunto y acaba reuniendo a un grupo salvaje con periodista bigotudo y anciano traqueotomizado que persigue automóviles desde delante. Mejor lean la novela para entender de qué les hablo.
Pascual García Arano es un excelente narrador y un fino humorista. También (sospechamos) un poco rojo. Esta novela contiene una certera visión de esa España subterránea que, a fuerza de mosquetón y dinero sucio, lleva moviendo los hilos del poder desde tiempos antediluvianos en este país de los demonios. “Intratable pueblo de cabreros”, se quejaba Gil de Biedma refiriéndose a España. Verso que ha quedado en el terreno de la incorrección política, como tantos asuntos relacionados con Gil de Biedma. No hay que ofender a los cabreros ni a España (y mucho menos si es la España vaciada que habitan dichos cabreros).
Pero no nos enredemos con disquisiciones ajenas a esta reseña que lo que pretende, caramba, es glosar los méritos literarios de Un cadáver en mi ascensor y que la novela ascienda al Parnaso de los libros más vendidos, donde alternan Pérez Reverte don Arturo y, pongamos por caso, Gómez Jurado. O el del muñeco de nieve que ambientó su novela en Nueva York y cuando la adaptaron a Netflix se la rodaron en Málaga.
Disculpen la ironía (no exenta del resentimiento de quien ha escrito libros y no ha podido comprarse con el fruto de sus ventas una casa en Menorca) y atiéndase a lo importante: Un cadáver en mi ascensor resulta una gozosa lectura y, ahora que vienen días de piscina, playa o meter los pies en una palangana, nada mejor que un policial repleto de humor.
Pasen y lean.
Si Vázquez Montalbán levantara la cabeza, seguro que señalaría a Pacual García Arano como uno de los suyos.
DANIEL SERRANO
Noticias Relacionadas
‘Vagalume’: el regreso a la provincia del gran escritor
‘Todo empieza en septiembre’ o los días del cóndor de Daniel Bernabé
Hablemos de Todo empieza en septiembre. Una espléndida y trepidante novela con algo de Los tres días del cóndor (pero sin Robert Redford) y un…