Hablamos de una futura monarca que en su tierna infancia veía películas de Kurosawa, según relató la prensa cortesana basándose en presuntas confidencias de la propia reina Letizia. Leonor de Borbón nació en la privadísima clínica Ruber y se educó en el exclusivo colegio Rosales de Aravaca, a prudencial distancia de esa sanidad y educación de carácter público que cumplen su función con la plebe pero no resultan aptas para la realeza. Como cualquier española de su edad, marchó a un centro educativo de Gales para prepararse antes de acometer su periodo en la milicia y luego ya jurar la Constitución y estudiar, esta vez quizás (sí), en algún aula pública como universitaria del siglo XXI. Leonor de Borbón es la joven española por antonomasia. De ahí que los grandes medios de comunicación haya acuñado el término “generación Leonor” para referirse a toda esa juventud que lo mismo da que haya nacido en La Línea de la Concepción, el madrileño barrio de Vallecas, Castelldefels o Medina de Rioseco. Una generación a quien la princesa Leonor representa.
Ironicemos como antídoto ante el empacho de almíbar que se derrama en las crónicas de las últimas horas. Ya se ha escrito, incluso, el esperado artículo que avisa de la conversión de la generación Z a la causa monárquica porque, claro, ¿quién puede profesar un republicanismo sincero cuando quien nos reinará es alguien como Leonor?
No se fíen (y menos han de fiarse Felipe VI o Leonor) de los amables diagnósticos sociales para los días de fiesta. El estado de ánimo de los pueblos es voluble y lo mismo quien hoy come pasteles rojigualdas por las calles del Madrid mañana vocifera consignas republicanas. Cuando Antonio Caño se vino de su corresponsalía en Washington a dirigir el diario El País encargó una encuesta que tituló con grandes caracteres en primera página: los jóvenes españoles eran de derechas y monárquicos y creían firmemente en el sistema. Poco después estalló el 15-M, Podemos estuvo a punto de ganar las elecciones y el procés forzó las costuras territoriales con la participación de una importante cantidad de jóvenes independentistas que, si hubieran leído El País, hubieran sabido de su inexistencia.
En el debate sobre monarquía o república resulta superfluo quien luzca la corona. Bien es cierto que mejor Felipe VI que Juan Carlos I y, seguramente, la princesa Leonor mejore el estilo de la casa Borbón. Pero no se trata de si nos cae mejor o peor quien reina sino de una cuestión de democracia. La república garantiza que nadie es más que nadie, sin excepciones medievales.
En cuanto al redoble de tambores y enérgico aplauso que atruena con motivo de la jura de la Constitución de la princesa Leonor, corramos un tupido velo. Hay una facción del progresismo cuyos complejos conducen a ejercer genuflexiones continuas ante la monarquía. Para demostrar (ya se sabe) institucionalidad. Suele resultar bastante ridículo pero a García Page le encantan las alfombras de palacio y saludar a su Majestad.
Leonor de Borbón es, en efecto, inevitablemente, una joven de su tiempo. Pero su lugar no es el mismo que el de otras jóvenes. No nació en un hospital público, nunca pisó un colegio de barrio, pudo permitirse antes de sus estudios universitarios una escapada a una escuela privada de Gales, las películas de Kurosawa están bien, no obstante.
Dicho todo lo anterior, feliz cumpleaños, salud y república.
DANIEL SERRANO
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