Nadie va a poner en cuestión, a estas alturas, el talento televisivo de Jordi Évole. Pero su esperada reinvención no estuvo a la altura de las expectativas generadas. Ni siquiera cumplió con lo prometido en El Hormiguero donde, mientras le birlaba el timón del programa a un Pablo Motos que no podía dismisular su fastidio, aseguró que en el primer capítulo de su nuevo espacio se incluiría un generoso anticipo de una entrevista a Oriol Junqueras. El anticipo de generoso no tuvo nada. Unos minutitos de charleta inane y una pregunta en el aire. Y ya.
Todo en el primer programa de Lo de Évole tuvo un cierto aire de cebo, que es como se denomina en televisión esos avances que suelen utilizarse en los formatos televisivos tipo Ana Rosa o Espejo Público para estimular la curiosidad del público. Una especie de clickbait televisivo. Así que Lo de Évole, en su primer capítulo, parecía no arrancar nunca. Entrevistas deslavazadas (a Gemma Nierga, a Belloch, a un guionista de Jesús Quintero…) y fragmentos en primerísimo primer plano de la vida profesional de Jordi Évole. Que esa es otra.
Porque Lo de Évole, desde el título al planteamiento, contiene unas dosis de egotrip tan altas que, por momentos, daba un poco de pudor mirar. Jordi con sus padres, Jordi llamando por teléfono a sus entrevistados para cerrar entrevistas (fíjate, a estas alturas en su equipo no hay gente en producción o redacción para hacer ese trabajo), Jordi en la habitación de hotel, Jordi en el aeropuerto encontrándose con un periodista que entrevistó a Jesús Quintero (¿en serio?)…
Y luego está la duda de hacia dónde quiere dirigir Jordi Évole su nuevo programa ya que parte de una premisa complicada: se trata de hacer otra vez Cuerda de presos (espacio de entrevistas que en los 90 desarrolló Jesús Quintero en las cárceles) y se avisa ya desde el principio que el actual gobierno no lo ha permitido y que sólo ha habido acceso a Oriol Junqueras. ¿Entonces? Porque, además, se incluyen magníficos fragmentos de Cuerda de presos con Jesús Quintero entrevistando en sus celdas a personajes patibularios, derrotados y criminales y a ver quien compite con esa magia antigua.
En el primer capítulo de Lo de Évole se nos contó cómo se hace un programa y lo mucho que viaja Jordi Évole, como si fuera el Blues del autobús de Miguel Ríos. Y se vio a Jordi Évole entrando en casa de Jesús Quintero y, suponemos, de ahí saldrá una entrevista para próximas entregas. Y de la cárcel no supimos nada. Y Oriol Junqueras, ni fu ni fa.
Vale.
Fue un aperitivo. Pero es que en televisión los aperitivos deberían estar prohibidos. A Jordi Évole le exigimos mucho porque le admiramos mucho, porque le hemos disfrutdo mucho y porque es el último mohicano de una televisión de calidad que puede competir con La isla de las tentaciones y otros terrores similares.
Seguiremos con atención la (esperamos) consolidación de Lo de Évole. Su carácter de egotrip puede que se atenúe. Y en futuras entregas aguardamos esa entrevista reveladora que nos conduzca a la psicología de la prisión, a sus oscuridades, a lo que deja la cárcel dentro del ser humano cuando este sale a la calle tras haber estado un tiempo entre rejas.
Veremos.
DANIEL SERRANO
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