Cinemateca estival / Cuento de verano

Cinemateca estival / Cuento de verano

Los veranos atlánticos de Eric Rohmer se resumen en una mágica trilogía: Pauline en la playa, El rayo verde, Cuento de verano. Cualquiera de esos tres largometrajes resultan evocadoras postales estivales, exploraciones del amor efímero, el cielo nocturno con olor a salitre de todas las vacaciones oceánicas.

Hablemos de Cuento de verano, fábula adolescente, regreso a los días en que se viajaba con una guitarra y en tren, a la busca de aventuras sin mapa.

Un joven de alborotados cabellos llega a una localidad costera y allí se enreda en amores cruzados, navega y canta, besa a desconocidas, recorre caminos de tierra al borde de los acantilados. Como un vodevil intelectual ligero, poético, tan leve como la vida misma cuando todo va más lento, en el mes de agosto.

Eric Rohmer dirigió Cuento de verano con  76 años pero no se nota nada. Resulta una película ágil, bella, juvenil. Sin ataduras. Rohmer siempre obró así, a su manera, seduciendo muchas veces a un selecto público que le adoraba aunque también (admitámoslo) tropezando en otras ocasiones.

Corría el año 1996 y se estreno Cuento de verano en los madrileños cines Alphaville y otras salas de V.O. Éramos jóvenes universitarios adoradores del cine hablado en francés (aunque también de Tarantino, claro) y salimos anhelando comprar una guitarra para tocarla en una playa de la costa atlántica francesa.

Todo era fácil en aquella época o, más bien, las complicaciones resultaban atenuadas, pasajeras, como nubes de verano. Ese es el clima preciso en el que se desarrolla la película de Rohmer.

Por eso nos gustaba.

Y de ahí que recomendemos vivamente recuperarla (está en Filmin) y dejarse llevar por la brisa marina.

Hay una naturalidad rohmeriana que, a la vez, es manierismo discursivo en las largas conversaciones, fotografiadas con total sencillez, sin buscar ampulosidad o subrayado preciosista alguno.

Rohmer pone en escena sus películas de modo extremadamente simple y, en una primera toma de contacto, eso nos incomodaba a aquellos jóvenes partidarios  de las contorsiones tarantinianas o de Oliver Stone pasándose de rosca en The Doors y Asesinos natos.

Y, sin embargo, al cabo de un rato, sentados en la butaca de aquel cine, algo nos atrapaba irremisiblemente, esos adolescentes éramos nosotros y nosotras, ese verano también era el nuestro,

Sólo Jonás Trueba sigue haciendo cine como Eric Rohmer y por eso las películas de Jonás Trueba se desarrollan en verano.

En las vacaciones ocurren las cosas importantes de la vida, sobre todo en los años juveniles, carentes (por fortuna) de obligaciones, pura disipación y sueños.

Ir en tren con una guitarra al hombro.

Bajar en una estación cualquiera y dirigirse a la playa más próxima.

Ese es el cuento de verano perfecto.

La añoranza que arrastramos durante toda la edad adulta.

Y el amor fugaz de aquellos días. Que quizá inspiró un poema que, hace mucho, extravíamos en el bolsillo de un viejo pantalón.

En fin.

No nos pongamos nostálgicos. Disfrutemos de Cuento de verano, película que hay que recuperar en cualquier momento del año. Ahora, para inspirarnos y aliviar la canícula, y en invierno para curarnos del frío que casi no existe ya.

DANIEL SERRANO

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