‘Dos veranos’ o el fatal regreso de los pecados de juventud

El pasado siempre vuelve asegura el tópico y en Dos veranos así sucede. Regresa con brutalidad y hace saltar por los aires las existencias de un grupo de hombres y mujeres que, llegados a la mediana edad, se reencuentran. El lugar del reencuentro resulta importante: una isla del Mediterráneo desconectada del mundo. Un paraíso para ricos que, sin embargo, se convertirá en escenario de un pequeño infierno doméstico.

No desvelamos nada si apuntamos la premisa de esta serie (se plantea en la primera secuencia pero avisamos a los alérgicos a todo spoiler): un adinerado empresario tecnológico belga asentado en Silicon Valley recibe en su mansión, antes de partir a una fiesta con viejas amistades, un vídeo siniestro que es prueba irrefutable de un crimen sexual cometido en grupo cuando era un despreocupado joven.

A partir de ahí, se relata en paralelo el verano de los 90 que fue el principio del fin de tantas cosas y el verano actual en el que, tras tantos años, la verdad saldrá a la luz. O no.

Dos veranos es una serie belga de impecable factura, ritmo trepidante, excelentes interpretaciones y seis capítulos que se devoran con fruición.

Está en Netflix.

Muy interesante.

Por poner alguna pega, quizás podríamos mencionar un final que resulta un tanto precipitado, de resolución demasiado rauda para una narración que se desarrollado sin prisa, con su tempo justo.

Qué difícil es acabar una historia.

Sea como sea, he aquí un thriller de Netflix que merece la pena en un tiempo en que la plataforma ofrece demasiados productos mediocres.

Añádase (y es fundamental) que Dos veranos tiene sustancia y fondo. Qué significa madurar y cómo pueden perdonarse pecados imperdonables, la gama de grises que contiene todo comportamiento, la sororidad y su reverso tenebroso, el modo en que los machos encubren sus violencias. De todo eso habla esta serie.

Merece la pena echarla un vistazo.