La aversión a los Goya como síntoma ideológico

La aversión a los Goya como síntoma ideológico

Irrumpen en la caudalosa corriente de Twitter, mientras la gala de los Goya transcurre a paso lento, un sinfín de mensajes furibundos contra los festejantes, a quien se acusa de hipócritas por no llevar ahora pegatinas de NO A LA GUERRA o, simplemente, por vestir de Chanel cuando se dicen progres. Los rojos no usaban sombrero, sentenciaba la publicidad durante el primer franquismo, y opinan en Twitter que ser de izquierdas sólo resulta creíble si se limita la indumentaria a los andrajos con pañuelo palestino que encajen con el cromo sepia de cuando Pablo Iglesias e Iñigo Errejón se manifestaban entre Atocha y la plaza de Jacinto Benavente contra la globalización.

Coinciden en la ira que generada por los Goya una comparsa diversa pero no tanto: extremocentristas, veteranos de Jotdwon, mourinhistas liberales, la vieja derecha de toda la vida (don Alfonso Ussía apuntando que en la gala había mucha “chacha”) y esa nueva izquierda reaccionaria a favor de la unidad de España, el catolicismo y la familia, y en contra de que a Penélope Cruz le paguen muchos dólares en Hollywood.

Que los fachas de toda la vida, desde sus domicilios del barrio de Salamanca, despotriquen contra Javier Bardem resulta casi enternecedor y explicable, cada cual tiene sus obsesiones. Pero ¿de dónde surge ese odio a los Goya y a la farándula en general que expresan las mismas plumas revolucionarias que apuestan por un rupturismo de nuevo cuño y a quienes les parece poco la (contra)reforma laboral propugnada por Yolanda Díaz? Quizá provenga su malestar de una inmensa confusión en los términos del rencor de clase, que les conduce a no enfadarse con su jefe o con Elon Musk (que son quienes tienen verdadera influencia en su vida diaria) y sí con Juan Diego Botto, que poco puede hacer para que les suban el sueldo.

Aunque hay otra confusión, creo, mayor: pensar que actrices y actores españoles son en su inmensa mayoría ricos y comunistas. Lo de ricos, que se lo cuenten a esa inmensa cantidad de proletarios de la farándula que subsisten como pueden y son pieza indispensable en los bares de España, sirviendo copas. Lo de ser comunistas, que se lo consulten, por ejemplo, a Paula Echevarría.

La manía con los cómicos y cómicas es una especie de trauma que viene (tal vez) de la gala del NO A LA GUERRA, cuando Aznar, y algunos jefes de opinión (aunque fueran jovencitos en aquellas fechas) todavía no lo han superado.

Sí, los dos únicos rojos que caen bien a la derecha son José Sacristán y Joaquín Sabina, pero eso es porque ya se han convertido en venerables instituciones, y bien está, rindámosles pleitesía y respeto.

Lo que peor llevan tirios y troyanos (que no “los hunos y los hotros”) es cuando algún premiado o premiada se pone reivindicativo. Y ya si es en clave feminista, pare usted de contar. El feminismo irrita mucho. Cuando salta el discurso feminista, algunos no pueden más.

(Aquí se incluía, en una primera versión de este artículo un tuit de Alberto Olmos -escritor y periodista en El Confidencial- que yo, equívocamente, vinculé a ese repelús antifeminista observado en muchos mensajes proferidos por otras personas durante la gala. Alberto Olmos me aseguró que, por mera cronología, su tuit nada tenía que ver con el asunto que yo comentaba en este punto del artículo. Eliminado queda el tuit y acepte Alberto Olmos mis debidas excusas aunque seguiré discrepando de casi todo lo que escribe -y leyéndolo para mortificarme, supongo-).

La gala de los Goya siempre puede considerarse mejor o peor, y también a usted le puede caer mal Jaume Roures, está en su derecho, porque una vez le dejó a deber un café o por lo que sea, pero, hombre, atendamos a las razones artísticas.

Si las películas que había este año no gustaron y de ahí la inquina, perfecto. La pasión cinéfila, la aversión al mal cine, o a lo que consideramos mal cine, es respetable.

Si se trata de montar bronca, con palmas de la ultraderecha al fondo, y meternos con los titiriteros, conmigo que no cuenten.

Y, pese al ruido de Twitter, Javier Bardem y Penélope Cruz caen bien a la gente normal, que es quien vota (incluso al PSOE, aunque don Alfonso Ussía no pueda creerlo).

Y ya para acabar: el sufrimiento de los Goya puede resolverse. Apaguen la tele y lean a Ignacio Peyró o a Andrés Trapiello, dos personas de derechas cuya calidad literaria es altísima. Y de lo de Castilla y León hablamos otro día, que los mismos que tuiteaban contra los Goya estaban ya el domingo exigiendo “autocrítica” a la ministra de Trabajo y celebrando en secretillo que vaya a ser vicepresidente regional un mozalbete que todavìa emplea en público la palabra “maricones”.

DANIEL SERRANO

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