El azul de los mares del sur en la mirada de Jack London, aventurero genial, protagonista de navegaciones fabuladas y reales. Los Cuentos de los mares del sur resultan una lectura grata para los días de verano. Nos conducen a latitudes lejanísimas, resumen leyendas marineras que quizás el propio Jack London escuchó a bordo de algunos de los cargueros donde se dejó la juventud. Son fantasías sobre lo salvaje, un concepto que al escritor siempre le fascinó. La belleza de lo primitivo, de lo puramente animal. Y su peligro.
Jack London nació en San Francisco en 1876 y se formó leyendo libros en la biblioteca pública, hijo de madre soltera, joven de arrabal en seguida, ejerciendo diversos oficios, recorriendo el mundo, buscando oro en Alaska y escribiendo prolíficamente para ganarse la vida con su literatura.
Se hizo socialista y escribió novelas de aventuras magníficas.
Desde clásicos como Colmillo blanco o Martin Eden hasta artefactos literarios inclasificables como El vagabundo de las estrellas ylOl.
Y los Cuentos de los mares del sur, con marineros perdidos en el océano y huracanes violentos y naufragios.
Los relatos de London se publicaban en los periódicos populares de la época con un inmenso éxito.
A los lectores les apasionaban sus historias con héroes desafortunados, y esa manera realista de construir sus personajes, tan cercanos a la gente común.
Tiene relatos tan impactantes como el titulado Por un bistec, que prefigura, de algún modo, el estilo de Hemingway, esa maestría para la narración breve.
Hay muchas razones para volver a Jack London, autor especialmente aconsejado para la infancia cuando éramos alumnos de la E.G.B.
Hoy día no resulta fácil que una niña o un niño lea a Jack London y, sin embargo, no estaría nada mal comenzar por estos Cuentos de los mares del sur para una iniciación londoniana.
Siempre y cuando se ofrezca al joven lector el contexto adecuado, ya que (producto de su época) cierto grado de xenofobia y de paternalismo del primer mundo está presente en estos textos, sobre todo a la hora de describir a los “salvajes” habitantes de esas islas entre lo paradisiaco y lo infernal que se describen en estos relatos.
Sea como sea, navegar con Jack London, con el verano arreciando ahí fuera, resulta una práctica aconsejable.
El mar como territorio de experiencias al límite. Igual que sucede con Joseph Conrad. La línea de sombra o El corazón de las tinieblas son otras dos buenas novelas para el verano. Y qué decir de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson. Todo el océano cabe en un puñado de títulos que, de alguna manera, resultan formativos, ideales para crecer.
O, simplemente, lecturas que nos inducen a la paz, a una evasión placentera.
Para entender esto puede escucharse Vailima de Luis Eduardo Aute, resumen perfecto de toda esta hermosa literatura marinera.
El caso es que Cuentos de los mares del sur son páginas veraniegas, ideales para que sus textos se mojen con el agua de la piscina o retengan arena de playa, ese recuerdo inesperado que irrumpe ya en otoño, cuando abrimos un libro que nos llevamos de vacaciones.
Siempre Jack London.
DANIEL SERRANO
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