Suena el teléfono y es Pablo Motos. Basado en hechos reales. Resulta que abrió el melón Facu Díaz al denunciar la manera en que el presentador de El Hormiguero (generalmente enviando a algún secuaz -pero no siempre-) persigue a los colegas que hacen chistes sobre él. O a periodistas que se pasan de la raya en la críticas. ¿Persecución? Bueno, llámese como se quiera al método mediante el cual una alusión a Pablo Motos es sancionada con llamada telefónica de alguien de su equipo para explicarte que con el jefe mejor no te metas.
Que yo sabía esto de Pablo Motos? NO.
Que me sorprende? Tampoco.
Pero hay que tenerlos bien puestos para decirlo @FacuDiazT 👏🏻👏🏻👏🏻 pic.twitter.com/hy596NU7j7
— Ojito 👁 (@elojoquetodolv) November 25, 2023
Muchísima gente tenía conocimiento de esta práctica. Yo había escuchado el caso de un humorista a quien se le aconsejó (¡ring, ring!) que eliminase una inocentísima broma incluida en un monólogo de gira por teatros. También recuerdo el doliente testimonio de un directivo de Cuatro que aseguraba preferir la extracción de varias muelas antes que reunirse con Pablo Motos para renegociar la continuidad de El Hormiguero.
Ahora, una vez Facu Díaz dio el pistoletazo de salida, se han sucedido las confesiones a medianoche sobre las llamadas de Pablo Motos y los suyos. Entre otros, varios colaboradores de El Jueves o la periodista y escritora Jimina Sabadú, que en El País escribió: “Un subalterno llamó en festivo y me tuvo tres horas debatiendo sobre si procede o no que yo tenga una opinión negativa sobre el Prince pelirrojo de Requena”.
Todo ello después de que Alfonso Guerra asegurase ante un genuflexo Pablo Motos que ya no se puede bromear sobre nada, añorando los tiempos felices en que nos podíamos reír de los enanos y los homosexuales.
No es solo Alfonso Guerra. Cuando los Premios Ondas instituyan el premio al programa más casposo van no arrasar Pablo Motos y El Hormiguero pic.twitter.com/iSomTtF7rR
— Agustín Moreno (@MorenoG_Agustin) November 23, 2023
Resulta una escena patética. Pablo Motos asintiendo complacido ante los disparates de Alfonso Guerra. El político sentencia: “Es que no se pueden hacer bromas de nada”. Y Pablo Motos masculla: “De nada, de nada”. Y entonces a Facu Díaz se le calienta la boca y hace público el gran secreto. El cancelador cancelado. Quien denuncia la censura, según confirmaron personas del mundillo tan relevantes como Bob Pop, se dedica a intimidar a camaradas de armas para que no hablen de él.
La pregunta es: ¿por qué?
¿Por qué un tipo que lo tiene todo (máxima audiencia, dinero, el aplauso de media España) necesita acallar cualquier atisbo de crítica o chiste que le flagele mínimamente?
Y otra pregunta: ¿en serio va en el sueldo marcar el número de un cómico que se deja las suelas de los zapatos por los teatros de España para avisarle de que pocas bromas, Caperucita? “En mi hambre mando yo” hubiera replicado un jornalero de antaño ante peticiones jerárquicas de ese cariz.
Sea como sea.
Si se puede elegir, yo quiero que me llame Juan del Val y así me explica cómo vender miles de ejemplares de una novela titulándola (¡encima!) Bocabesada.
DANIEL SERRANO
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