Momentos estelares en la piscina / James Gandolfini, 1999

Momentos estelares en la piscina / James Gandolfini, 1999

Desde el azul clorado de la piscina contempla al fotógrafo un James Gandolfini que acababa de conquistar la gloria de Hollywood con su papel de Tony Soprano. En 1999 había iniciado sus emisiones en HBO la serie que le convertiría en un icono de trágico final. El actor falleció en Roma tras una última cena de langostinos fritos con chile y mayonesa, foie gras, cerveza, piña colada y ron. Era 2013. Los Soprano fue su último gran trabajo así que no resulta inadecuada para la posteridad esta imagen con cigarro puro, bañador y pelo en pecho. Hay una luz que no parece de verano o, quizás,  sea de principio de verano en Nueva Jersey, el lugar donde Gandolfini (y Tony Soprano) nació y creció.

Su madre era cocinera y su padre trabajó toda su vida como albañil. James Gandolfini era un auténtico italoamericano de clase obrera y algo de ese carácter (o mucho) se dejaba ver en sus maneras como intérprete.

Antes de Los Soprano le tuvimos miedo en Amor a quemarropa y Perdita Durango. Atravesaba la pantalla y los ojos de la audiencia se clavaban en él. Tenía ese carisma hipnótico que poseen algunos actores muy especiales. Sucedía con Gene Hackman cuando irrumpía en escena y también con Philip Seymour Hoffman. James Gandolfini era de esa clase. Su presencia obligaba a mirarle. Y provocaba perturbaciones en la escena, inquietud ante su presencia casi siempre peligrosa.

James Gandolfini descansa en la piscina, inmóvil mirando a cámara, como un hipopótamo no exactamente feliz. Había una melancolía incierta en sus ojos, en su manera de caminar, como si viniese de un fracaso hondo o se dirigiese al abismo.

De hecho, en muchos de sus trabajos el abismo se abría a sus pies.

Aunque luego también llegaron papeples que, incluso, le colocaron en el territorio de la comedia romántica.

Así es Hollywood cuando triunfas.

Pero qué poco le duró a Gandolfini el triunfo, cadáver a los 51 años, jamás lo hubiera sospechado inmóvil en el agua de la piscina, siendo inmortalizado para que su rostro ilustrase Variety, The Hollywood Reporter, los grandes escaparates de la fama.

Le gustaban las motos y viajaba mucho a Italia. Su desenlace se convirtió en sinónimo de exceso y, sin embargo, ¿es tanto una cena de langostinos fritos y unas cuantas copas?

No exageremos.

James Gandolfini es historia del cine pero, sobre todo, historias de las series porque con Los Soprano empezó todo y ahora ese todo está concluyendo, no hay una ficción como aquella en las plataformas, seamos sinceros.

Eso sí, el capítulo final de Los Soprano resultó, a juicio de crítica y público, una infamia que no estaba a la altura.

Pero ¿cómo estar a la altura del mito?

James Gandolfini lo estuvo y abandonó la vida en una habitación de hotel en Roma. Le sobrevino un ataque al corazón fulminante y seguramente murió feliz. Había merecido la pena. Llegó alto. De las filas del proletariado de Nueva Jersey (como Bruce Springsteen) ascendió a la celebridad y tuvo las piscinas que quiso.

Aunque, sinceramente, si observamos bien la imagen, da la impresión de que James Gandolfini está en el agua por exigencias del guion. No parece que disfrute demasiado. Maldito verano.

DANIEL SERRANO

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