Cuando se estrenó El Colapso, en noviembre de 2019, pocos pensaban que se haría realidad sólo unos meses después. ¿Por qué? Porque esta serie francesa narra el apocalipsis, el fin del mundo tal y como lo conocemos y la reacción de personajes que bien podríamos ser tú o yo.
Y no es que en 2020 se acabase el mundo, pero sí pudimos presenciar actitudes muy apocalípticas en ese desabastecimiento en los supermercados, ese sálvese quien pueda tan típico de momentos críticos en los que sólo importa la supervivencia. Y esto es lo que relata El Colapso.
Uno de los puntos clave de esta miniserie es que no nos cuenta el motivo por el que el mundo se ha acabado. Aquí no hay pandemias (ejem, ejem), ni invasiones extraterrestres, ni una Tercera Guerra Mundial. Simplemente, nos hemos ido a la… nuestro sistema político y social se ha derrumbado y sólo importa sobrevivir a toda cosa, lo que no saca precisamente lo mejor de cada individuo (aunque esos aplausos oídos todos los días a las 20.00 h. para homenajear a los sanitarios pudieran haberte engañado en algún momento).
El verdadero rostro del ser humano
Ocho impactantes episodios de poco más de veinte minutos cada uno rodados en plano secuencia y ambientados en un mundo en el que ya no puedes dar nada por sentado.
Ya en el primer capítulos nos enfrentamos a una imagen que nos parece extrañamente familiar: un supermercado donde empieza a notarse la falta de suministro. Y aquí es donde se ve la esencia egoísta del ser humano, que conseguirá los productos que necesita en función de la relación que le una a las personas que trabajan en este supermercado. Una dicotomía entre solidaridad y supervivencia que podrá verse a lo largo de toda la serie.
Pero no se trata de juzgar a los personajes, ya que en todo momento se plantea la duda: ¿qué harías tú en su lugar? Y por mucho que queramos mentirnos a nosotros mismos, la respuesta no sería muy políticamente correcta en la mayoría de los casos.
Plano secuencia
Cada capítulo de veinte minutos está rodado en plano secuencia, es decir, todo seguido, sin plano ni cortes. Esta técnica da la sensación de falso documental e introduce al espectador en la angustia de la trama, como ya pudimos ver en otras obras como El proyecto de la bruja de Blair.
Así, cámara al hombro, el director nos introduce en primera persona en una serie de situaciones límite que cargan nuestro sistema límbico de adrenalina como si nos encontrásemos físicamente en la acción.
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No te apañará el verano entero porque sumando todos los episodios no llega ni a tres horas de rodaje, pero sin duda merece la pena darle una oportunidad. Eso sí, prepárate para perder la fe en el ser humano si es que no la habías perdido ya.
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