El camping ha sido, es y será mucho más que un mero espacio vacacional para millones de personas. Durante décadas, varias generaciones de españoles han tenido el camping como punto de encuentro con sus amigos y vecinos veraniegos, han encontrado entre tiendas de campaña a su primer amor o han convertido un entorno natural, en una vía de escape del mundanal ruido de la ciudad.
Larga vida a los campings.
Ahora, si en pleno siglo XXI, los campings siguen siendo un boom turístico a todos los niveles, qué decir de lo que eran allá por los años 80. Hablamos de una época en la que la mayoría de familias no se podía permitir una escapada de una semana a Torremolinos, a San Sebastián o, ni mucho menos, a Nápoles o Tenerife.
En casa entraba un sueldo, la economía rozaba lo bélico y los excesos tan sólo se permitían para la cena de Navidad y cumpleaños. En esa ecuación imposible de cuadrar cuentas aún en pesetas, aparecieron los campings como salvadores de unas vacaciones que, de primeras, eran cogidas con reticencia, pero que acababan siendo más esperadas que el Festival de Eurovisión.
Y no hablamos de los actuales campings que son más parecidos a un resort de lujo, sino a campings de antaño, en los que el riachuelo era el punto de encuentro, en los que la desorganización reinaba por doquier y donde la proporción tiendas de campaña/bungalows era de 99/1%, y eso cuando había bungalows.
Eran otros tiempos. Ni mejores, ni peores. Otros tiempos. Dicho lo cual, conviene recordar lo obvio, ni había Internet, ni se le esperaba. El ocio era exterior y juegos como el Escondite, el Rescate, Liebre o un clásico adolescente como El Conejo de la Suerte, hacían que decenas de menores estuvieran corriendo alrededor de todo de forma permanente. Una banda sonora tan hipnótica como cargante pero a la que la sociedad estaba hecha.
Y es que ésa era la palabra clave en un camping: sociedad. La primera vez que llegabas, te tocaban dos familias a tu lado en suertes. A partir del segundo año, esas dos familias ya eran parte de la tuya. Relaciones que se mantenían durante años, afianzadas bajo el ajusticiador sol de verano, y que en ocasiones se entrelazaban con el cruce y posterior boda de algunos de sus miembros.
Sí, de los campings han salido más parejas que en los siete años largos de emisión de First Dates. Al final, la necesidad une. Y en los campings de antaño había mucha necesidad. No había Amazon, no había tiendas para todo y la colaboración entre vecinos de tienda era fundamental.
Y sí, en este entorno primario era donde los menores aprendían a valerse por sí mismos. De hecho, se retiró el servicio militar obligatorio pero se mantuvieron los campings, por algo sería. Y sí, también es cierto que los de hoy en día tienen que ver poco con los de antaño pero el espíritu sigue siendo el mismo, el ambiente es una maravilla y, sobre todos, siguen siendo insultantemente baratos. Lo dice alguien que probó uno de los más famosos del norte de Madrid no hace demasiado.
Larga vida a los campings.
JESÚS REDONDO
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